miércoles, 3 de diciembre de 2014

¿Y quién redactará un programa económico para ellos?



Esta es una reflexión nacida a raíz de las propuestas económicas de Podemos. No es una descalificación ni un insulto gratuito, después de todo yo mismo estoy en Podemos. Pero es bueno que mientras bajamos la cabeza y aceptamos los paquetes de medidas económicas que se van proponiendo, pues es lo que la gente pide, no dejemos sin decir las verdades del barquero.


Escuchar a compañeros activistas hablar de la necesidad de “recuperar nuestro estado del bienestar” siempre es algo que me hace torcer el morro. 

De todas las miserias que la organización de las comunidades y territorios bajo la forma de estado-nación nos ha traído, tal vez la peor sea haber fijado unas fronteras “físicas” al ellos y nosotros, ese antagonismo anteriormente basado en lazos sanguíneos o la pertenencia a una comunidad religiosa. Hoy día la nacionalidad representa ese antagonismo explícito, al identificar al individuo con un determinado territorio (estado) y una comunidad de personas que dicen tener una serie de rasgos identitarios en común, lo que les conforma como nación. Los de fuera son extranjeros, son diferentes, no son de los nuestros

Sobre esos antagonismos con fronteras se ha construido la economía neocolonial, manteniendo ese sometimiento de los países del sur al poderío económico y militar de sus vecinos del norte. Hablar del estado del bienestar es hablar de los privilegios materiales de occidente frente a la miseria de los países del sur. Que países tan ricos como Perú, el Congo o Guinea Ecuatorial tengan una economía tan débil y una población tan precaria no es una casualidad. Y no voy a hablar de la responsabilidad de occidente en las oligarquías extractivistas peruanas, ni de la dictadura pelele guineana ni de quienes alimentan la guerra congoleña. No se trata de denunciar los procesos políticos que posibilitan sino de asumir la necesidad material de que unos tengan poco, para que otros puedan tener mucho.

La globalización económica, que permite “transportar” la huella ecológica fruto de la sociedad industrial a millones de kilómetros del lugar donde se disfruta el producto de esa industria, produce un efecto alienante en los habitantes de ese privilegiado primer mundo donde van a parar las riquezas del resto, mientras otros ven (por poner un ejemplo) como sus antiguas tierras son ahora propiedad de multinacionales que las utilizan para cultivos orientados a la exportación –para abastecer a occidente- y sus núcleos urbanos son lo que Mike Davis llama “ciudades hiperdegradadas”.  No somos conscientes del daño que nuestro modo de vida produce a otros. 



Es por eso que cuando programas económicos como el de Podemos proponen en líneas generales medidas para que la gente consuma más y así reactive la economía, es lícito preguntarse si ese aumento del consumo no aumentará también el desgaste ecológico que provocamos no sólo en nuestro propio suelo, sino también en el de nuestros vecinos del sur, los mismos que nutren nuestra industria de materias primas (café, cacao, algodón, azúcar, te, aceite de cacahuete, de Palma, cereales, maderas tropicales, piel, cuero, productos de origen mineral, etc.) así como las industrias de terceros países que venden sus productos en nuestros mercados. 

Sería también lícito preguntarse si ese mayor consumo no apunta también hacia un aceleramiento del cambio climático, cuyas consecuencias también están más presentes en casa del vecino.

Habría también que pensar si esa cantidad de energía invertida en la industria estatal, que se proponen resucitar, así como la que viene embebida en todos aquellos productos que se supone que debemos consumir, no será parte del pastel que les corresponde a otros, pues por desgracia es ya un bien limitado

Habría en definitiva que poner sobre la mesa la pregunta del millón: Si ese estado del bienestar que deseamos sería viable de una manera diferente a la habitual: a costa del vecino. Si ahora que el peak oil ha convertido la economía en un juego de suma cero existe alguna manera de crecer sin estrujar aún más al maltrecho tercer mundo, y ya de paso, alguien podría levantar la mano y preguntarse si realmente necesitamos consumir como bestias para llevar una vida digna y plena. 

Alguien me recordará ahora que hay que ganar unas elecciones y claro, hay que decir a la gente lo que quiere oír y patatín patatán. No seré yo quien lo niegue. Hay que ganar, “por lo civil o por lo criminal”. No hay esperanzas de conquistar otros poderes sin antes tener el poder político por las riendas. Tampoco negaré que si queremos mantenernos a flote en esta dictadura de los mercados globales tendremos que movernos con lentitud y cuidado, siendo muy conscientes de la interdependencia de las diferentes economías, o nos hundirán el barco en medio año. 

Pero sería bueno que recordásemos la pasividad y en algunos casos entusiasmo con el que gran parte de las izquierdas y los movimientos sociales convivieron con el primer mandato de Zapatero, cuando vivíamos de puta madre. Recordarles las estrategias de intervención neocolonial del gobierno en países pobres bajo el nombre de “Plan África”, recordarles su uso discriminado de la inmigración para ocupar el lugar de máxima precariedad en nuestra clase trabajadora, recordarles como se multiplicó la venta de armas, y en fin, volver a preguntarnos si este es el bienestar que queremos, si estamos aquí para provocar un cambio o para decir “qué hay de lo mío”. 

¿Seremos capaces de ver más allá del interés egoísta de nuestro estado? ¿Nos atreveremos a intentar resolver los problemas que causamos fuera de nuestras fronteras, aunque pongan en riesgo nuestros propios intereses? ¿Existe un camino intermedio donde podamos entendernos con los economistas post-keynesianos en quienes confían los líderes de Podemos? ¿Dejaremos de lanzar consignas vacias y nos empezaremos a tomar en serio el internacionalismo que predicamos?

Y si negamos esta posibilidad, asumiendo que nuestro plan se basa en un bienestar excluyente e insostenible, habrá que hacerse una última pregunta:

¿Y quién redactará un programa económico para ellos?


miércoles, 26 de noviembre de 2014

Entrevista en "Error del sistema".

Un programa de una radio asturiana me entrevista con motivo de mi militancia política y mis ideas ecologistas.

Aprovecho para recomendar "Error del Sistema" a todo aquel que esté interesado/a en los temas que se tratan en este blog, yo lo escucho a menudo, habitualmente entrevistan a personas mucho más interesantes que un servidor.

Aquí está el enlace:

http://www.ivoox.com/anticapitalismo-izquierda-podemos-david-barriada-audios-mp3_rf_3780464_1.html

jueves, 25 de septiembre de 2014

Monstruos de diseño



La declaración de guerra de EEUU al llamado “Estado Islámico” (ISIS) y toda la tormenta de noticias sobre violaciones de DDHH cometidas por los insurgentes en oriente medio me provoca algo similar a un déjà vu

No me refiero solamente al hecho de que los “paladines de la libertad y democracia”  mundial vuelvan a hacer gala de su altruismo armado. Tampoco me refiero al hecho de que hace apenas un año EEUU estuviese financiando a quienes hoy se plantea aniquilar. Hablo del poder de manipulación del subconsciente colectivo que tiene esa máquina de guerra y propaganda que son los países de la OTAN, con EEUU a la cabeza. Hablo de la facilidad con la que consiguen que la gente odie a millones de desconocidos de los que no saben nada. Hablo de como esa producción de subjetividad a través de los mass media muestra a los propios espectadores como ciudadanos civilizados y los sitúa dentro de esa facción del bien, donde ellos y muchos otros millones necesitan ser protegidos de malvados demonios que se acercan a sus casas desde las antípodas, con la única intención de destruirles. 

Cuando John Mccain se reunía con ISIS y pedía que se les armase

Cuando un director de cine trata de provocar miedo por medio del monstruo de una película de terror, además del uso del llamado lenguaje cinematográfico, necesita presentar a ese monstruo asesino como una materialización de los instintos sádicos y agresivos. Un ser simple sin más cometido en su vida que hacer el mal. Si como como Bram Stoker decide darle cierta humanidad a Drácula, éste se vuelve un ser más familiar, con rasgos que lo hacen más comprensible, llegando incluso a provocar cierta empatía en el espectador.

Los medios que nos “informan” sobre grupos armados internacionales –o estatales- no quieren saber nada de Bram Stoker. Ellos producen ideología por contrato y su cometido es vendernos monstruos despojados de cualquier tipo de humanidad y sentido, como puede ser el gran blanco de “Tiburón”. Esos son los monstruos que eliminan la reflexión y la duda de nuestras cabezas, los que rápidamente comprendemos que debemos odiar y frenar su avance, si no queremos ser las siguientes víctimas.


Ese es el ingrediente principal. El desconocimiento. La deshumanización. La deconstrucción del sujeto en una amenaza con patas.

Desde el derrumbe de la URSS el objetivo principal de estas campañas de odio han sido principalmente los ciudadanos que han tenido la desgracia de nacer en países de interés geoestratégico, principalmente por su riqueza en recursos. Pero obviamente, sólo aquellos que rechazan ser peleles de oligarquías transnacionales que mueven hilos desde occidente. Una vez más, viene a la mente Eduardo Galeano y aquello de “la pobreza del hombre como resultado de la riqueza de la tierra”.
Cuando nos vendían esas fabulosas fortalezas talibanes que al
final no encontraron, porque nunca existieron.

Los hombres que manejan los medios no son estúpidos y saben que nada cohesiona más una sociedad que una agresión externa. Como aquí ya no hay “conspiraciones judeo-masónicas-comunistas”, ahora el enemigo son los musulmanes. Una religión muy similar a la que construyó nuestra cultura, pero que nos presentan como antagónica, identificándola con las barbaridades que cometen grupos extremistas, a menudo debido a su cateta y sádica interpretación de la Sharia.

El ejemplo es flagrante en el caso del conflicto palestino-israelí, donde hemos visto como implícitamente la totalidad población palestina es identificada con el ala armada de Hamas, cuando el debate y conflicto interno en Palestina es un hecho.

Apenas termina un conflicto, la máquina de propaganda ya está trabajando a todo trapo en la justificación del otro. Ahora los que hace 4 días eran héroes y mártires de la democracia en Siria se han convertido en demonios con turbante que por su puesto, van a por nosotros. El trabajo ya está medio hecho, con más de una década de “animalización” de la comunidad musulmana, especialmente la de oriente medio. La gente ya necesita pocas excusas porque ya entienden que ellos son los malos de todo esto.
¿Quién amenaza a quién?

Las órdenes son sencillas. Mostrar todo aquello que sea amenazante, que les dibuje como auténticos animales. Si se les entrevistase, emitir sólo aquellas declaraciones que apunten hacia nosotros. Hay que omitir cualquier información que pudiese provocar la mínima comprensión a su comportamiento. Es importante descontextualizar la amenaza: No nos interesa saber qué se siente cuando tú país es invadido constantemente por potencias extranjeras que bombardean tú ciudad y matan a tus vecinos. No nos interesa qué se siente cuando a diferencia de nosotros, sabes que estás siendo realmente amenazado por un agresor externo.
 
No queremos conocer al país, ni a sus ciudadanos, no queremos saber nada de personas, no queremos conocer la realidad que nos permita contextualizar y juzgar jústamente el fenómeno yihadista. Véndanos sólo caricaturas, monstruos que justifiquen la penúltima guerra sobre SU territorio.

Para todo lo demás, Adam Curtis y “El poder de las pesadillas”. 


Bin Laden, un Goldstein contemporaneo
 

PD: Mal momento supongo, para recordar que atrocidades como la lapidación son patrimonio de la tradición judeo-cristiana (“el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”) o que hasta hace 4 días aquí el furor cristiano y el espíritu nacional eran la base moral de nuestra educación. Y si vamos un poquito más atrás en el tiempo veremos mujeres arder por orden divina de la Santa Inquisición, científicos silenciados y ajusticiados y un sinfín de burradas que nos hacen pensar que el problema tal vez no sea la propia religión en sí, sino las interpretaciones que de ella hacen algunos psicópatas en posiciones de poder.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Podemos sólo servirá si la gente es protagonista




La irrupción de la máquina electoral que es Podemos, esa herramienta/partido que se ha propuesto capitalizar políticamente una mayoría social que se había creado al calor del 15M, ha generado y generará un intenso debate político. Su programa no es novedoso, ni los son sus ideas, pero su acertada lectura del momento histórico y del sentir de ese 70 y tantos % de conciudadanos que decían apoyar las protestas en la plaza de sol se ha traducido en un estudiadísimo discurso que ha sabido conectar con el ciudadano de a pie, harto de todo y de todos.

Las críticas no han tardado en surgir, no solo desde la caverna, sino desde la propia izquierda, que encuentra las propuestas de Podemos insuficientes o “reformistas” que dirían los que se otorgan la etiqueta de “auténticos revolucionarios”. 

Podríamos debatir si se puede buscar una solución desde las instituciones o si se debe “deslegitimarlas” y cuáles son sus consecuencias, como en su día intenté explicar. Pero voy a intentar llevar el debate por otro lado. 

Nuestro problema no es que esta nueva opción política sea “demasiado radical”, “demasiado ambigua” “demasiado inofensiva” o demasiado loqueatiteparezca, nuestro problema es nuestra sociedad en sí. Precisamente, el éxito y desgracia de Podemos es parecerse a la sociedad que aspira a representar en las instituciones

Volviendo a mentar a Aldous Huxley, sin duda tuvo razón cuando dibujo un futuro donde sería posible informarse y reflexionar más allá del pensamiento único que nos vende el establishment, pero la gente no lo haría porque le resulta más agradable vivir en la burbuja de placer, consumo y banalidades en la que han sido educados. En la televisión se puede ver buen cine, documentales interesantes y hasta programas como “Redes” donde se debate sobre ciencia. Se pueden sacar conclusiones profundamente subversivas de alguna de las cosas que se leen en los periódicos mayoritarios de vez en cuando. 

Pero esa información está sepultada por toneladas de basura informativa y audiovisual que no nos hace reflexionar críticamente, que nos resulta placentera, y por eso la elegimos frente a tener que estrujar las neuronas y desaprender lo “aprendido”. 

Ese tipo de sociedad somos. Y en este mundo vivimos, construido a medida de quienes así piensan. Por eso, frente a la pureza revolucionaria que algunos exigen a Podemos, P. Antonio Honrubia  acierta de pleno cuando señala que “No estamos en un vacío creador, no creamos ex-nihilo: creamos sobre las bases del consumismo/capitalismo”.

Vamos perdiendo

Si el problema inicial no es la oferta de opciones “revolucionarias” –muchos pequeños partidos llevan décadas presentándose con programas mucho más arriesgados que el de Podemos- ni el problema es tampoco esta nueva herramienta, entonces hemos de asumir que vamos perdiendo. Que ya nos la han colado, que ya hemos mordido el anzuelo; por mucha disidencia que exista, la gran mayoría de nuestra sociedad no quiere entender las razones profundas de nuestra crisis, no quiere aceptar que deba de cambiar, sino que señala a algunos culpables y les preguntan: “Dónde está lo mío”, al mismo tiempo que se arropa en las faldas de los nuevos líderes y les pide que les teletransporten de vuelta al año 2006. 

Y esto es lo que se ve reflejado en Podemos, la gran derrota ideológica de nuestra sociedad, ilusionada al son de un programa ignora la crisis energética y ecológica de la que ya he hablado por aquí y que condiciona absolutamente el crecimiento económico, fetiche keynesiano del que no se parecen querer desprender.

De todos modos sería muy fácil culpar a Podemos por su programa optimista y timorato, pero lo que intento resaltar es que esto es lo que tenemos. Esto puede ser un error, pero es lo que demanda la gente. Si queremos que el programa cambie, la gente debe de cambiar. Si Podemos se adelanta al pueblo, el pueblo desechará podemos como herramienta del pueblo, como siempre ha hecho con esos pequeños partidos que llevaron sus propuestas más allá de las demandas de la gente. 

Y este es el caso de tantos compañeros y compañeras que no quieren “legitimar” un programa y movimiento que no es lo suficientemente radical para ellos, lo que provoca que se vayan bajando del barco progresivamente. Es muy entendible, pero en mi opinión sólo sirve para entregar la nave a quienes no han entendido la crisis y nos piden volver a 2006. Y a la manada de arribistas que intentan buscar un futuro asiento.

A otros nos puede desesperar tener que lidiar con ciertas cosas una y otra vez, pero no ganamos nada separándonos, porque este pueblo es el pueblo que debe ser soberano, este es el país que tenemos y no otro. Podemos escaparnos de Podemos y seguir buscando más allá, montar nuevas formaciones, lo que queramos… pero el pueblo seguirá siendo el mismo.

La única revolución es la revolución de la conciencia

Si la gente pide cosas que son imposibles y Podemos las asume como propuestas… ¿cuál es el sentido de todo esto?

Si aspiramos a que el pueblo esté dispuesto a cambiar, esto es, a una revolución de la conciencia, entonces debemos de trabajar en ella. Podemos será una ayuda tremenda en tanto que continúe fomentando las asambleas, círculos y demás grupos de debate y deliberación colectiva que hasta el 15M eran espacios muy minoritarios en el Estado Español. Y eso ayudará –está ayudando- porque es en ese contacto con el otro, en ese ejercicio de deliberación, donde nos vemos obligados a entender nuestro propio mundo y a nosotros mismos, frente a la responsabilidad que supone saberse dueño de sus decisiones, y con ello de sus consecuencias. Es en esos espacios donde se crean redes de solidaridad, se intercambia conocimiento, se buscan respuestas a problemas colectivos y por lo tanto… se crea comunidad y se crea conciencia.

Es lamentable que tenga que ser un Partido el que reactive estos espacios. Pero es lo que hay. Una vez más, la gente pide eso, pues a eso vamos. Bienvenidos todos aquellos espacios ajenos a Podemos donde se trabaje en la misma dirección. 

Que el pueblo entienda la transformación social necesaria es la única esperanza para conseguir un cambio real. Un gobierno que no se construya sobre el sentir popular y sus demandas será un gobierno autoritario. El peligro de Podemos es que los académicos que tienen el aparato del Partido por el mango decidan que ellos y no el pueblo son lo que tienen las respuestas. Que hablen para el pueblo y por el pueblo, pero no con el pueblo. Que atemorizados por la torpeza del pueblo resten poder a los círculos, en nombre de su superior formación frente a la ignorancia de las masas.


Dice Paulo Freire que quien teme al pueblo no puede ser nunca un revolucionario. Un líder revolucionario está con el pueblo y habla con él, haciéndolo protagonista:

"En la praxis revolucionaria existe una unidad en la cual el liderazgo, sin que esto signifique, en forma alguna, disminución de su responsabilidad coordinadora y, en ciertos momentos directiva, no puede tener en las masas oprimidas el objeto de su posesión (…) Se impone, la dialogicidad entre el liderazgo revolucionario y las masas oprimidas, para que, durante el proceso de búsqueda de su liberación, reconozcan en la revolución el camino de la superación verdadera de la contradicción en la que se encuentran, como uno de los polos de la situación concreta de opresión (Opresores-Oprimidos). Vale decir que se deben comprometer al proceso con una conciencia cada vez más crítica de su papel de sujetos de la transformación".

Por eso Podemos debe meterse en el barro y ser la herramienta que capitalice las decisiones del pueblo, no el partido cuyos líderes dicen al pueblo lo que éste necesita, sin escuchar lo que éste piensa. Y por eso la gente que busca ese social cambio debería ser más comprensiva con la torpeza programática de Podemos, en vez de señalar con dedo inquisidor los errores –de bulto- que se van cometiendo, pues la meta es y debe ser transformar la conciencia colectiva, y para ello hay que trabajar con el pueblo, no en exclusivas “reuniones de sabios” donde se diga al pueblo lo que debe hacer.

martes, 26 de agosto de 2014

Walter White, Freud y los anarcocapitalistas



Sin duda el fenómeno audiovisual del momento es la nueva generación de series americanas. Las series cutres y los sitcom van dejando paso a series con tremendos guiones que nos enganchan como a pollos. Y por mi parte que dure, porque lo que hay fuera de nuestro Matrix es bastante desagradable. Estas series están sustituyendo (o mejor dicho complementando) a las novelas como forma de entretenimiento, aportando una experiencia sorprendentemente similar al espectador que viene de leer novelas. 

Breaking Bad ha sido un éxito absoluto, a nivel mundial. La serie gira en torno al personaje de Walter White, quien un día fue un prometedor químico pero una serie de malas decisiones le llevó a terminar de profesor en una escuela secundaria mientras veía como sus ex compañeros se enriquecían. Combina su estéril tarea docente con un empleo en un lavado de coches que le resulta humillante. Walter es además un marido y padre “ejemplar” que pone siempre a su familia por delante de sí mismo en sus decisiones.  Es un hombre dócil y muy querido por su círculo cercano.

Un cáncer de pulmón de nefastas perspectivas hace que Walter rompa con todo: el hombre auto-reprimido por sus obligaciones familiares y sociales dará paso al antihéroe caótico a quien nadie dice lo que debe hacer, metiéndose de lleno en la fabricación y venta de drogas químicas. Las cosas que Walter comienza a hacer una vez entra en el negocio de la metanfetamina son difícilmente excusables; tan difícil como negar que sentimos una irresistible fascinación y comprensión empática por el personaje, a pesar de su progresiva descomposición moral que avanza conforme lo hace la serie. Salvando las distancias, todos tenemos un Heinsenberg dentro, un alter ego que como Walter se queja:

“I feel like I never, actually, made any of my own choices (…) my entire life feels like I never had a real say about any of it”

El grito primario de Walter White

Hace casi un siglo que Sigmund Freud describió al hombre como sujeto de una constante dialéctica interna, donde las pulsiones de vida o placer y las de muerte o destrucción representan un constante empuje del sujeto a lo irracional, a la búsqueda del placer y la destrucción que son reprimidas por lo adquirido, lo social o cultura, que posibilita la vida en sociedad.


Este antagonismo, intrínseco a cada ser humano, representaría una fuente de constante frustración y sentimiento de culpa donde el hombre social se reprime de acuerdo a lo aprendido o se arrepiente al violar la norma social, guiado por lo pulsional (el “Ello”, según Freud). Todos deseamos a menudo mandarlo todo a la mierda, pegarle dos manotazos al funcionario prepotente de turno que pone a prueba nuestros nervios, nos frustra no poder dormir hasta la hora que nos apetezca, tener sexo como y cuando queramos… en definitiva nos contradice tener que responder a normas, responsabilidades y demás imposiciones culturales que posibilitan las relaciones sociales y la vida en comunidad.
 
Obviamente todo esto es mucho más complejo que el caso de Breaking Bad, pero creo que el personaje de Walter muestra muy bien a un hombre que rechaza la moral común convirtiéndose en un ser primario que busca conscientemente satisfacer sus deseos más irracionales y egoístas, entregado al placer y la destrucción, dejando de lado los daños colaterales que causa en su entorno y en sí mismo. Y ahí está nuestra fascinación por el personaje: él hace todo lo que nuestros valores y normas no nos dejan hacer, pero de algún modo parecemos desear en lo más profundo de nuestro subconsciente. Léase esto entre líneas, no somos psicópatas en potencia –o no lo creo así- pues sentimos la empatía necesaria para no desear hacer daño a la gente, pero es innegable el impulso que sentimos por hacia la destrucción y la violencia, presente en los mismos niños que eligen pisarle la cola al gato y matar a los “renacuajos” de la fuente como pasatiempo. 

Seamos honestos, ¿cómo de frustrante es no poder romper el ordenador a puñetazos cada vez que un niño de 15 años nos mata en un juego online? (igual me estoy proyectando demasiado en mi propia experiencia jejeje). Walter White puede romper el ordenador, igual que pudo hacer explotar su coche deportivo, porque en ese momento le dio la real gana. Somos seres racionales y rechazamos hacer cosas que sabemos que nos perjudican, pero eso no elimina la atracción por hacerlas.

Esa fascinación por el personaje de Walter, un “pringao” -como cualquiera de nosotros- que pasa brevemente de bajar la cabeza ante su jefe a plantar cara a los capos de cartel de la droga mexicano y americano se alimenta de esa identificación con Walter del individuo común que desearía hacer cosas extraordinarias y ser “el puto amo” y es similar a las pasiones casi eróticas que siempre ha desatado la violencia y dominación sobre el Otro (Fromm), como podemos ver en la infinidad de personas jugando a disparar a todo lo que se mueve en sus ordenadores, sencillamente porque saben que no provocan ningún daño –repito, somos empáticos, no somos psicópatas- y porque saben que no tendrá consecuencias, así se liberan de la compasión y la responsabilidad, pudiendo disfrutar disparando y matando virtualmente a seres que ni sienten, ni padecen… ni denuncian. 

Esto parece apoyar la visión hobbesiana (es hombre es malo por naturaleza) frente a la de Rousseau (el hombre es güeno), pero me parecería un  error caer en este determinismo ya que el pensamiento de Hobbes , que requería del estado para protegernos a los unos de los otros, ignoraba –no sé si deliberadamente- no sólo que la empatía también es en cierto modo innata, sino que por encima de todo se puede cultivar y así se hace. La parte de nuestra personalidad conformada por lo adquirido (“superyó”, en términos freudianos) prevalece así frente a esa supuesta naturaleza malvada, que en mi opinión no es maldad, sino caos, irracionalidad. Lo vemos día a día: sabemos que el hijo de dos gilipollas será seguramente un gilipollas. Pero no hay un código genético que condene a un individuo a ser gilipollas, sino unos valores y comportamientos propios de gilipollas, que se transmiten culturalmente de gilipollas a meta-gilipollas, engendrando así nuevos gilipollas ad infinitum. 

Más allá de lo pulsional: la vida en sociedad. 

La principal característica biológica del ser humano es su no-especialización física. No somos fuertes, ni resistentes, ni rápidos, ni siquiera resistimos temperaturas moderadamente bajas. Por si fuera poco, nuestros instintos se reducen a poco más que la succión. La guinda es nuestro lentísimo desarrollo: mientras otras especies están listas para sobrevivir en el medio por su cuenta a las horas/días o semanas de su nacimiento, nosotros tardamos más de una década en desarrollarnos físicamente. Biológicamente somos un desastre. 

Estas condiciones nos condenan a la vida en sociedad donde apoyados en el conocimiento que pasa de generación a generación desarrollamos nuestro potencial. Nuestra viabilidad como especie ha dependido siempre de estructuras sociales que hagan frente a estas carencias: familias que crían durante años a los niños por la lentitud de su desarrollo, que transmiten el saber adquirido a la siguiente generación para suplir la insuficiencia instintiva, organizaciones –generalmente de hombres- que se unen para aumentar su efectividad como cazadores, sociedades donde se reparte el trabajo, se colectiviza el conocimiento… y se establecen unos valores comunes y unas normas que posibilitan la convivencia.

Y ahí llega de nuevo la frustración de Walter White. Por supuesto su caso es extremo, tanto en su condición de pelele inicial como en su brutal transformación, que él racionaliza: 

“What is going on with me is not about some disease. It's about choices. Choices I have made. Choices I stand by.” 

Walter perdió toda perspectiva social de su existencia –la sociedad le importaba bien poco- y voluntariamente quiso vivir ignorando no sólo los resultados de sus acciones sino la interdependencia de la que era esclavo para satisfacer sus deseos, rechazando cualquier subordinación y actuando desconsideradamente con sus propios compañeros. Como le reprobó Mike ante el fracaso de su empresa: “If you’d done your job, if you’d known your place…”. Pero Walter quería escapar de esa prisión de lo social y tomar sus own choices, ser dueño de su vida y su destino, sentirse respetado y reconocido realizándose como el talentoso químico que es, tomar las riendas de su vida, sean cuales fueran las consecuencias… y no tenía tiempo ni interés en perseguir sus objetivos en armonía con su entorno.  

La frustrante realidad

En otras palabras, vivir en sociedad y comportarse como un ser racional es un fuente constante de malestar (si bien se puede gestionar para que sea también placentero), pero nos guste o no, es necesario.  

Me gustaría dedicar esta reflexión a todos aquellos anarcocapitalistas que quieren entender la sociedad desde el individuo, y eliminar todas las protecciones colectivas que intervienen la voluntad del Dios Mercado, comportándose como auténticos sociópatas en pos de su bienestar individual. 

Dice el antropólogo Eudald Carbonell que nuestra civilización es aún primitiva por su sistema de organización económico-social. Que es impropio de animales que han llegado a ser conscientes –nosotros- un sistema irracional, sin conciencia colectiva, basado en el darwinismo social como es el capitalismo. 

Y ahí enlazamos a los “ancaps” con Walter White. Puede que a diferencia del Walter, algunos de ellos tengan medios materiales y un marco jurídico que les permita desentenderse de las consecuencias negativas de sus acciones en los demás y someterles a su voluntad;  sin embargo la mayoría tiran piedras contra su propio tejado al desear un escenario “todos contra todos”. 

Y es que tienen mucho en común con la última versión del protagonista de la serie: En su infantilismo y su tremendo egocentrismo rechazan buscar el placer en armonía con sus iguales pues no están dispuestos a tolerar la frustración que supone la interdependencia, la responsabilidad con el otro, el vivir en sociedad, el actuar racionalmente… y por ello están dispuestos a oprimir y destruir al otro si es necesario, dejando como resultado una sociedad barbárica.