domingo, 21 de febrero de 2016

Nuestras mujeres son nuestras y las violamos nosotros



“La necrofilia en sentido caracterológico puede describirse como la atracción apasionada por todo lo muerto, corrompido, pútrido y enfermizo; es la pasión de transformar lo viviente en algo no vivo, de destruir por destruir, y el interés exclusivo por todo lo puramente mecánico. Es la pasión de destrozar las estructuras vivas” Erich Fromm.

El psicoanalista y filósofo Erich Fromm evolucionó las ideas de pulsión de vida y pulsión de muerte freudianas para crear sus conceptos de “biofilia” y “necrofilia”. En pocas palabras, podríamos decir que a su parecer los seres humanos se debaten en la tensión entre el amor al cambio, la evolución, la autonomía y bienestar del otro… y el amor o fijación por el control, el inmovilismo y la cosificación del otro. Relacionarse saludablemente con un entorno vivo (biofilia) y someter un entorno muerto (necrofilia). Para Fromm, la segunda opción sería más fruto de una patología psicológica inducida que un impulso biológico.
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La reciente deriva autoritaria de Europa en pleno auge de movimientos, partidos y eventos neofascistas –y no acostumbro a usar el término “fascismo” a la ligera- puede encuadrarse perfectamente dentro de la idea de necrofilia de Fromm. Una necrofilia que se disfraza de biofilia (de nuevo, en términos Frommianos) cuando un nuevo actor entra en Europa, la inmigración.
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Sólo desde la idea necrófila de la defensa la propiedad privada –“nuestras” mujeres- puede entenderse la feroz avalancha de indignación de los sectores más conservadores ante un fenómeno totalmente habitual en nuestras sociedades; las agresiones sexuales machistas. Y digo que sólo se puede entender desde la propiedad privada, porque tomando como ejemplo los lamentables sucesos de Colonia donde las mujeres agredidas eran europeas y blancas, mientras que los hombres agresores se nos vendieron como refugiados árabes y subsaharianos, fueron aquellos que acostumbran a legitimar este tipo de acciones cuando las protagonizan hombres europeos los que enseguida se lanzaron a las barricadas.  
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Como decía, aquellos sectores conservadores son exactamente los mismos que quitan hierro a este tipo de sucesos cuando son hombres europeos y blancos los que los cometen, los mismos que se tiran de los pelos cuando el movimiento feminista problematiza aquello que para ellos es “normal”. Son aquellos que siempre se opusieron a las conquistas feministas, pero ahora pretenden esgrimirlas como propias para acusar a aquellas sociedades donde dichas conquistas aún están por llegar, o donde sencillamente están buscando sus propias fórmulas feministas que no tienen por qué ser las mismas que en occidente se defienden.
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El fenómeno se repite en cuanto a cuestiones homofóbicas. Los propios homófobos patrios que siempre se opusieron al reconocimiento de los derechos LGTB, nos intentan asustar aludiendo a la pobre situación del colectivo LGTB en países emisores de migración.
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Los conservadores europeos no están por lo tanto defendiendo los derechos de las mujeres europeas, sino que de forma inconsciente reclaman su derecho de pernada sobre su propiedad privada ante la irrupción de un extraño que intenta arrebatársela. No defienden tampoco los derechos LGTB, sino su derecho a ser ellos quienes les juzguen. Y entiéndase todo esto desde la metáfora: no aceptan que otros pueden ejercer de dominadores sobre sus subordinados históricos, porque ese lugar entienden que está reservado para ellos mismos.
Polonia, una de las sociedades más profundamente conservadoras
y machistas de Europa, vendiendo odio al otro.
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Por una parte defienden su propiedad privada, por otra se esfuerzan por definirse como los demócratas y buenos contra el odiado antagonista que entra por la puerta, aunque entre en contradicción con sus propias ideas. Es el claro ejemplo que podemos ver cuando aquellos que estigmatizan a los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad, les criminalizan y les acusan de vagos, de repente organizan colectas de alimentos solo para ellos. No es que de repente se solidaricen con el español que ha caído en bancarrota, es el poder dibujar esa línea entre “los míos” y los de fuera lo que les motiva, lo que su cabeza les define como buenos “patriotas” al discriminar al extranjero frente al autóctono.
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Son muchas las reflexiones que produce esta terrible Europa que pretende mostrarse como moralmente superior al sur al mismo tiempo que resucitan a los tribunales de la inquisición para perseguir a titiriteros por cosas que no han dicho, a tuiteros por cosas que no piensan o a concejalas por ofender una supuesta moral religiosa que en el Madrid del siglo XXI es difícil de entender si no es dentro del identitarismo puro y duro, porque los jóvenes de aquí ya no creen en Dios, ni siguen los 10 mandamientos más allá del postureo de unos pocos necrófilos empeñados en arrodillar a los demás por medio de una doctrina moral estricta y arcaica.
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Ponen el grito en el cielo porque en su estrecha visión del fenómeno migratorio entienden que el otro viene a “implantar la sharia”, pero al mismo tiempo que piden de forma indirecta la tipificación de la blasfemia como delito punible en nuestro código penal. Es decir, con una mano nos muestran su caricatura del peor estereotipo posible de inmigrante de origen árabe o subsahariano, y con la otra mano nos azotan con el crucifijo.
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Se parecen bastante a sus propias fobias.

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