Sin duda el fenómeno audiovisual
del momento es la nueva generación de series americanas. Las series cutres y
los sitcom van dejando paso a series
con tremendos guiones que nos enganchan como a pollos. Y por mi parte que dure,
porque lo que hay fuera de nuestro Matrix es bastante desagradable. Estas
series están sustituyendo (o mejor dicho complementando) a las novelas como forma
de entretenimiento, aportando una experiencia sorprendentemente similar al
espectador que viene de leer novelas.
Breaking Bad ha sido un éxito
absoluto, a nivel mundial. La serie gira en torno al personaje de Walter White,
quien un día fue un prometedor químico pero una serie de malas decisiones le
llevó a terminar de profesor en una escuela secundaria mientras veía como sus
ex compañeros se enriquecían. Combina su estéril tarea docente con un empleo en
un lavado de coches que le resulta humillante. Walter es además un marido y
padre “ejemplar” que pone siempre a su familia por delante de sí mismo en sus
decisiones. Es un hombre dócil y muy
querido por su círculo cercano.
Un cáncer de pulmón de nefastas perspectivas hace que Walter rompa con todo: el hombre auto-reprimido por sus obligaciones familiares y sociales dará paso al antihéroe caótico a quien nadie dice lo que debe hacer, metiéndose de lleno en la fabricación y venta de drogas químicas. Las cosas que Walter comienza a hacer una vez entra en el negocio de la metanfetamina son difícilmente excusables; tan difícil como negar que sentimos una irresistible fascinación y comprensión empática por el personaje, a pesar de su progresiva descomposición moral que avanza conforme lo hace la serie. Salvando las distancias, todos tenemos un Heinsenberg dentro, un alter ego que como Walter se queja:
“I feel like I
never, actually, made any of my own choices (…) my entire life feels like I
never had a real say about any of it”
El grito primario de Walter White
Hace casi un siglo
que Sigmund Freud describió al hombre como sujeto de una constante dialéctica
interna, donde las pulsiones de vida o placer y las de muerte o destrucción
representan un constante empuje del sujeto a lo irracional, a la búsqueda del
placer y la destrucción que son reprimidas por lo adquirido, lo social o cultura, que posibilita la vida en sociedad.
Este antagonismo,
intrínseco a cada ser humano, representaría una fuente de constante frustración
y sentimiento de culpa donde el hombre social se reprime de acuerdo a lo aprendido
o se arrepiente al violar la norma social, guiado por lo pulsional (el “Ello”, según Freud). Todos deseamos a
menudo mandarlo todo a la mierda, pegarle dos manotazos al funcionario
prepotente de turno que pone a prueba nuestros nervios, nos frustra no poder
dormir hasta la hora que nos apetezca, tener sexo como y cuando queramos… en
definitiva nos contradice tener que responder a normas, responsabilidades y
demás imposiciones culturales que posibilitan las relaciones sociales y la vida
en comunidad.
Obviamente todo
esto es mucho más complejo que el caso de Breaking Bad, pero creo que el
personaje de Walter muestra muy bien a un hombre que rechaza la moral común
convirtiéndose en un ser primario que busca conscientemente satisfacer
sus deseos más irracionales y egoístas, entregado al placer y la destrucción,
dejando de lado los daños colaterales que causa en su entorno y en sí mismo. Y
ahí está nuestra fascinación por el personaje: él hace todo lo que nuestros
valores y normas no nos dejan hacer, pero de algún modo parecemos desear en lo
más profundo de nuestro subconsciente. Léase esto entre líneas, no somos
psicópatas en potencia –o no lo creo así- pues sentimos la empatía necesaria
para no desear hacer daño a la gente, pero es innegable el impulso que sentimos
por hacia la destrucción y la violencia, presente en los mismos niños que
eligen pisarle la cola al gato y matar a los “renacuajos” de la fuente como
pasatiempo.
Seamos honestos, ¿cómo de
frustrante es no poder romper el ordenador a puñetazos cada vez que un niño de
15 años nos mata en un juego online? (igual me estoy proyectando demasiado en
mi propia experiencia jejeje). Walter White puede romper el ordenador, igual
que pudo hacer explotar su coche deportivo, porque en ese momento le dio la
real gana. Somos seres racionales y rechazamos hacer cosas que sabemos que nos
perjudican, pero eso no elimina la atracción por hacerlas.
Esa fascinación por el personaje
de Walter, un “pringao” -como cualquiera de nosotros- que pasa brevemente de
bajar la cabeza ante su jefe a plantar cara a los capos de cartel de la droga
mexicano y americano se alimenta de esa identificación con Walter del individuo
común que desearía hacer cosas extraordinarias y ser “el puto amo” y es similar
a las pasiones casi eróticas que siempre ha desatado la violencia y dominación
sobre el Otro (Fromm), como podemos ver en la infinidad de personas jugando a
disparar a todo lo que se mueve en sus ordenadores, sencillamente porque saben
que no provocan ningún daño –repito, somos empáticos, no somos psicópatas- y
porque saben que no tendrá consecuencias, así se liberan de la compasión y la
responsabilidad, pudiendo disfrutar disparando y matando virtualmente a seres
que ni sienten, ni padecen… ni denuncian.
Esto parece apoyar la visión
hobbesiana (es hombre es malo por naturaleza) frente a la de Rousseau (el
hombre es güeno), pero me parecería un error caer en este determinismo ya que el
pensamiento de Hobbes , que requería del estado para protegernos a los unos de
los otros, ignoraba –no sé si deliberadamente- no sólo que la empatía también
es en cierto modo innata, sino que por encima de todo se puede cultivar y así
se hace. La parte de nuestra personalidad
conformada por lo adquirido (“superyó”, en términos freudianos) prevalece así frente a esa supuesta
naturaleza malvada, que en mi opinión no es maldad, sino caos, irracionalidad.
Lo vemos día a día: sabemos que el hijo de dos gilipollas será seguramente un
gilipollas. Pero no hay un código genético que condene a un individuo a ser
gilipollas, sino unos valores y comportamientos propios de gilipollas, que se
transmiten culturalmente de gilipollas a meta-gilipollas, engendrando así
nuevos gilipollas ad infinitum.
Más allá de lo pulsional: la vida en sociedad.
La principal característica
biológica del ser humano es su no-especialización física. No somos fuertes, ni
resistentes, ni rápidos, ni siquiera resistimos temperaturas moderadamente
bajas. Por si fuera poco, nuestros instintos se reducen a poco más que la
succión. La guinda es nuestro lentísimo desarrollo: mientras otras especies
están listas para sobrevivir en el medio por su cuenta a las horas/días o
semanas de su nacimiento, nosotros tardamos más de una década en desarrollarnos
físicamente. Biológicamente somos un desastre.
Estas condiciones nos condenan a la vida en sociedad donde
apoyados en el conocimiento que pasa de generación a generación desarrollamos
nuestro potencial. Nuestra viabilidad como especie ha dependido siempre de
estructuras sociales que hagan frente a estas carencias: familias que crían
durante años a los niños por la lentitud de su desarrollo, que transmiten el
saber adquirido a la siguiente generación para suplir la insuficiencia
instintiva, organizaciones –generalmente de hombres- que se unen para aumentar
su efectividad como cazadores, sociedades donde se reparte el trabajo, se
colectiviza el conocimiento… y se
establecen unos valores comunes y unas normas que posibilitan la convivencia.
Y ahí llega de nuevo la
frustración de Walter White. Por supuesto su caso es extremo, tanto en su
condición de pelele inicial como en su brutal transformación, que él racionaliza:
“What is going on with me is not about some disease. It's about choices. Choices I have made. Choices I stand by.”
Walter perdió toda
perspectiva social de su existencia –la sociedad le importaba bien poco- y
voluntariamente quiso vivir ignorando no sólo los resultados de sus acciones sino la
interdependencia de la que era esclavo para satisfacer sus deseos, rechazando
cualquier subordinación y actuando desconsideradamente con sus propios
compañeros. Como le reprobó Mike ante el fracaso de su empresa: “If you’d done
your job, if you’d known your place…”. Pero
Walter quería escapar de esa prisión de lo social y tomar sus own choices, ser dueño de su vida y su
destino, sentirse respetado y reconocido realizándose como el talentoso químico
que es, tomar las riendas de su vida, sean cuales fueran las consecuencias… y
no tenía tiempo ni interés en perseguir sus objetivos en armonía con su
entorno.
La frustrante realidad
En otras palabras,
vivir en sociedad y comportarse como un ser racional es un fuente constante de
malestar (si bien se puede gestionar para que sea también placentero), pero nos
guste o no, es necesario.
Me gustaría
dedicar esta reflexión a todos aquellos
anarcocapitalistas que quieren entender la sociedad desde el individuo, y eliminar todas las protecciones colectivas que intervienen la voluntad del Dios Mercado, comportándose como auténticos sociópatas en pos de su bienestar individual.
Dice el
antropólogo Eudald Carbonell que nuestra civilización es aún primitiva por su
sistema de organización económico-social. Que es impropio de animales que han
llegado a ser conscientes –nosotros- un sistema irracional, sin conciencia
colectiva, basado en el darwinismo social como es el capitalismo.
Y ahí
enlazamos a los “ancaps” con Walter White. Puede que a diferencia del Walter, algunos
de ellos tengan medios materiales y un marco jurídico que les permita
desentenderse de las consecuencias negativas de sus acciones en los demás y
someterles a su voluntad; sin embargo la
mayoría tiran piedras contra su propio tejado al desear un escenario “todos
contra todos”.
Y es que tienen mucho en común con la última versión del protagonista de la serie: En su infantilismo y su tremendo egocentrismo rechazan buscar el placer en armonía con sus iguales pues no están dispuestos a tolerar la frustración que supone la interdependencia, la responsabilidad con el otro, el vivir en sociedad, el actuar racionalmente… y por ello están dispuestos a oprimir y destruir al otro si es necesario, dejando como resultado una sociedad barbárica.
Y es que tienen mucho en común con la última versión del protagonista de la serie: En su infantilismo y su tremendo egocentrismo rechazan buscar el placer en armonía con sus iguales pues no están dispuestos a tolerar la frustración que supone la interdependencia, la responsabilidad con el otro, el vivir en sociedad, el actuar racionalmente… y por ello están dispuestos a oprimir y destruir al otro si es necesario, dejando como resultado una sociedad barbárica.
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