Dos chicos jóvenes que
comparten, nacionalidad, raza, religión, ideología política y hasta pasión por
los Rolling Stones se cruzan en una calle de Buenos Aires. Tras una mirada
despectiva de uno de ellos, el otro le pregunta “Qué carajo te pasa, gallina?” y
el segundo se lanza a por él. Se muelen a palos.
Estos dos, que aparentemente
tenían mucho en común, y que de haberse conocido en otro momento podrían
incluso haberse hecho amigos, llevaban –respectivamente- una camiseta de Boca
Juniors y una de River Plate. Los dos
jóvenes “similares” no se pelearon entre sí: lo hicieron dos hinchas, que en
frente suyo sólo veían al otro hincha, no a la persona.
Dice Amin Maalouf en
“identidades asesinas” que existe un problema con la manera en la que
entendemos nuestras identidades. Que ese gran shock cultural que es la
globalización, produce una incertidumbre donde se refuerza la necesidad de
identidad de cada uno de nosotros. Que
nos cuesta asimilarnos como el producto de mil y una interacciones, mil
experiencias, mil leches y circunstancias, que es lo que somos. Y que
tendemos –no es nada nuevo- a reducir nuestra identidad a la máxima simpleza,
haciéndonos totalmente ajenos e incompatibles con el Otro. Esto es lo que él
llama la “identidad tribal”. Y esto
es lo que les pasaba a esos dos chicos argentinos que en aquel momento no veían
en el otro más que su antagonista, su enemigo. A pesar de tener tanto en común.
Demonización
del Islam
La islamofobia está de moda.
Los medios de comunicación nos la venden constantemente de forma implícita. Alguno
se moja y lo hace explícitamente. Los datos que aportan son demoledores: miles
de musulmanes están cometiendo atrocidades en sus países, algunos también en
los nuestros, como el sonado caso de Charlie Hebdo. Dicen actuar en nombre de
su religión.
Ante estos hechos podría
parecer lógico que esa religión, el Islam, es el origen del problema. Nada más
lejos de la realidad.
Debemos preguntarnos
primero, si existe algo reprochable en los textos sagrados que sirven de
referencia al Islam. Y existe, claro. Al igual que sucede con los textos
cristianos y judíos.
A pesar de eso, ambas
civilizaciones han conocido épocas de esplendor, tolerancia, convivencia… la
musulmana fue en su momento el referente de civilización culta, que investigaba
sobre matemáticas, medicina, filosofía o astronomía, producía artes refinadas,
literatura, moda… sirva como ejemplo la multicultural Córdoba del siglo X.
¿Por qué distintas
sociedades interpretan de forma diferente los mismos textos?
Cuando un par de siglos
después, el ejército cristiano hacía sus progresos hacia el sur, el clima de
guerra y el sentimiento de acorralamiento se sumaron a la toma de Córdoba por
los almohades para convertir ese referente cultural que era Córdoba en un nicho
de fanatismo. El miedo, los conflictos,
destruyen sociedades. Destruyen culturas.
Kabul (Afganistán) en 1970 |
Podemos ver el mismo ejemplo en Afganistán, un país como otro cualquiera que se convirtió en un caldo de fanatismo bomba tras bomba. De la agesión soviética pasaron a la otanista. No es de extrañar que de las cenizas de ese país hayan surgido los monstruos.
Pero dejemos de lado las
religiones. Después de todo, las mayores barbaridades cometidas en el siglo XX
han venido de mano de ideologías no religiosas, aunque fuesen igualmente
dogmáticas.
Quienes llevan la religión
por bandera no son diferentes a quienes llevan por delante de todo su escudo de
Boca Juniors o River Plate y se dan de hostias por ello. No son diferentes de
quien llevan por bandera el color de su piel y segregan a las personas por
razas. De los que establecen la diferencia en la etnia y por rencores pueden
llegar a justificar eventos como la matanza de un millón de Tutsis a manos de
los Hutus en Ruanda, bajo la mirada de occidente. No son diferentes tampoco de
quienes basan la diferencia en la pertenencia a un estado-nación y odian al
vecino cuando sus mandatarios se declaran la guerra. No son diferentes a
quienes profesan otras fes contemporáneas, como el neoliberalismo, el
cientificismo o ciertos tipos de progreso (mal llamado, claro), todas ellas fes
capaces de justificar barbaridades. Fanatismos
hay para todos los gustos y todos ellos son peligrosos.
Se
trata entonces de comprender, que este auge yihadista no es la consecuencia
directa de que los carniceros que aparecen en la pantalla de nuestros ordenadores
sean musulmanes. No es la consecuencia directa de que
convivamos. Es consecuencia de personas que siendo incapaces de entenderse a sí
mismos como la suma de sus múltiples pertenencias, se sienten diferentes unos
de otros, ajenos.
Dos
factores que maximizan este conflicto y lo llevan hasta los extremos
El primero de ellos es la cantidad de
tragedias que le está tocando vivir a los países afectados. Los contextos son
productores de subjetividad. Dice Maalouf:
Por haber vivido en un país en guerra, en un barrio
bombardeado desde el barrio contiguo, por haber pasado una o dos noches en un
sótano transformado en refugio, con mi joven esposa embarazada y con mi hijo de
corta edad -fuera el ruido de las explosiones, dentro mil rumores sobre la
inminencia de un ataque, y mil habladurías sobre familias pasadas a cuchillo-,
sé perfectamente que el miedo puede llevar al crimen a cualquiera. Si en vez de
rumores que nunca se confirman hubiera vivido en mi barrio una matanza de
verdad, ¿cuánto tiempo habría conservado la sangre fría? Si en vez de dos días
hubiera tenido que pasar un mes en aquel refugio, ¿me habría negado a empuñar
el arma que me habrían puesto en las manos? Prefiero no hacerme esas preguntas
con demasiada insistencia.
Esto va más allá del
rencor. Trata de ver al Otro como una amenaza, en su misma esencia. Así se
crean asesinos que se aferrarán a aquella pertenencia cultural que les
diferencie más de sus agresores, llevándola por bandera. Puede ser la religión,
como puede ser la pertenencia a un estado nación, a una familia o a una
ideología política. Ejemplos sobran.
Por el contrario,
otros contextos producen que una misma fe se interprete de una manera opuesta. Miremos
por ejemplo la realidad social de un país razonablemente estable y seguro, como
es Senegal. Ahí el 95% de la población es musulmana y practicante. Muy
practicante, de hecho. Sin embargo, está libre de fanatismos peligrosos. Es un
país que interpreta el Islam en base a su cultura, marcada por la teranga (acogida, hospitalidad), un
fuertísimo sentido de comunidad que impulsa a cuidar del prójimo. Y aquí la
religión suma. En palabras de un amigo senegalés: “Nuestra religión es una religión de amor, de paz, de inclusión. Es una religión donde nadie puede matar en nombre de Dios”.
Ahí lo tenemos. Misma
época, misma globalización, mismos textos religiosos, pero resultado opuesto. Los
contextos señores, los contextos.
Podríamos haber
hablado también de la oscura España medieval, que produjo la Santa Inquisición a raíz de su fe cristiana o de
la deriva tolerante que está tomando el mismo cristianismo en algunos
lugares de Latinoamérica, ambos guiados por sus respectivos contextos.
Madeleine Albright, una de tantas fanáticas neocon que opinaban que sus sanciones contra Irak fueron un acierto, a pesar de destruir un país, matando 500.000 niños, según UNICEF. |
El segundo factor que
maximiza el conflicto identitario apunta a la colonización cultural:
La brusca entrada de
la cultura occidental en el mundo árabe provoca rechazo, miedo a que sus
culturas sucumban a la extranjera y desaparezcan, provocando esa crisis de identidad
de la que trato de hablar, lo que por desgracia suele ser respondido con un
reaccionarismo retrógrado. En palabras de Maalouf: Cuando la modernidad lleva la marca del "Otro", no es de
extrañar que algunas personas enarbolen los símbolos del arcaísmo para afirmar
su diferencia. Lo vemos hoy en algunos musulmanes, hombres y mujeres, pero el
fenómeno no es exclusivo de ninguna cultura ni de ninguna religión.
Efectivamente, no es
exclusivo de ninguna cultura ni religión. A pesar de no tratarse de un
conflicto modernidad-arcaísmo, creo que todos hemos visto que el gobierno del
PP es la mayor fábrica de independentistas catalanes. Ataques a la cultura de
uno, “vamos a españolizar a los niños
catalanes” provocan que algunos de los afectados se aferren más firmemente
a lo suyo y se alejen del vecino.
“cuando más trates de
volverme como tú, más me esforzaré yo en diferenciarme”.
El problema son los fanatismos, a secas
Dee eso va este conflicto que vivimos estos días. De personas que se sienten incompatibles con el Otro, lo perciben como una amenaza. No me vengan con las barbaridades que dice el Corán aquí o allá, no es diferente de lo que dicen otras fes, arcaicas o modernas. Las barbaridades no vienen de ahí. Cada cultura que decida adoptar una religión, adoptará ésta a su propia cultura y su propia humanidad. Si los católicos y los protestantes deciden que son enemigos naturales se volverán a liar a palos, como los hinchas del fútbol. Somos expertos en hacernos trampas al solitario y cada uno sacará la lectura de los textos sagrados que más le convenga.
Qué bien nos iría si
nos esforzásemos más en conocernos a nosotros mismos, en apreciar la diversidad
dentro de cada uno de nosotros y no caer en esencialismos idiotas, que para eso
ya tenemos a Arturo Pérez-Reverte.
“Lo heroico en un ser humano es no formar parte de ningún rebaño” dice José Saramago. Y si no, que se lo digan a Mohamed Alí/Cassius Clay, que se unió a un rebaño para escapar del tremendo vacio identitario que suponía para un afroamericano el Estados Unidos de los años 50 y 60.
“Lo heroico en un ser humano es no formar parte de ningún rebaño” dice José Saramago. Y si no, que se lo digan a Mohamed Alí/Cassius Clay, que se unió a un rebaño para escapar del tremendo vacio identitario que suponía para un afroamericano el Estados Unidos de los años 50 y 60.
He borrado algunos comentarios que se han hecho a esta entrada. Todo lo que se dice aquí es debatible, pero mi blog no es territorio para NINGÚN tipo de fanatismo, que por si no ha quedado claro, hay muchos...
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