martes, 26 de agosto de 2014

Walter White, Freud y los anarcocapitalistas



Sin duda el fenómeno audiovisual del momento es la nueva generación de series americanas. Las series cutres y los sitcom van dejando paso a series con tremendos guiones que nos enganchan como a pollos. Y por mi parte que dure, porque lo que hay fuera de nuestro Matrix es bastante desagradable. Estas series están sustituyendo (o mejor dicho complementando) a las novelas como forma de entretenimiento, aportando una experiencia sorprendentemente similar al espectador que viene de leer novelas. 

Breaking Bad ha sido un éxito absoluto, a nivel mundial. La serie gira en torno al personaje de Walter White, quien un día fue un prometedor químico pero una serie de malas decisiones le llevó a terminar de profesor en una escuela secundaria mientras veía como sus ex compañeros se enriquecían. Combina su estéril tarea docente con un empleo en un lavado de coches que le resulta humillante. Walter es además un marido y padre “ejemplar” que pone siempre a su familia por delante de sí mismo en sus decisiones.  Es un hombre dócil y muy querido por su círculo cercano.

Un cáncer de pulmón de nefastas perspectivas hace que Walter rompa con todo: el hombre auto-reprimido por sus obligaciones familiares y sociales dará paso al antihéroe caótico a quien nadie dice lo que debe hacer, metiéndose de lleno en la fabricación y venta de drogas químicas. Las cosas que Walter comienza a hacer una vez entra en el negocio de la metanfetamina son difícilmente excusables; tan difícil como negar que sentimos una irresistible fascinación y comprensión empática por el personaje, a pesar de su progresiva descomposición moral que avanza conforme lo hace la serie. Salvando las distancias, todos tenemos un Heinsenberg dentro, un alter ego que como Walter se queja:

“I feel like I never, actually, made any of my own choices (…) my entire life feels like I never had a real say about any of it”

El grito primario de Walter White

Hace casi un siglo que Sigmund Freud describió al hombre como sujeto de una constante dialéctica interna, donde las pulsiones de vida o placer y las de muerte o destrucción representan un constante empuje del sujeto a lo irracional, a la búsqueda del placer y la destrucción que son reprimidas por lo adquirido, lo social o cultura, que posibilita la vida en sociedad.


Este antagonismo, intrínseco a cada ser humano, representaría una fuente de constante frustración y sentimiento de culpa donde el hombre social se reprime de acuerdo a lo aprendido o se arrepiente al violar la norma social, guiado por lo pulsional (el “Ello”, según Freud). Todos deseamos a menudo mandarlo todo a la mierda, pegarle dos manotazos al funcionario prepotente de turno que pone a prueba nuestros nervios, nos frustra no poder dormir hasta la hora que nos apetezca, tener sexo como y cuando queramos… en definitiva nos contradice tener que responder a normas, responsabilidades y demás imposiciones culturales que posibilitan las relaciones sociales y la vida en comunidad.
 
Obviamente todo esto es mucho más complejo que el caso de Breaking Bad, pero creo que el personaje de Walter muestra muy bien a un hombre que rechaza la moral común convirtiéndose en un ser primario que busca conscientemente satisfacer sus deseos más irracionales y egoístas, entregado al placer y la destrucción, dejando de lado los daños colaterales que causa en su entorno y en sí mismo. Y ahí está nuestra fascinación por el personaje: él hace todo lo que nuestros valores y normas no nos dejan hacer, pero de algún modo parecemos desear en lo más profundo de nuestro subconsciente. Léase esto entre líneas, no somos psicópatas en potencia –o no lo creo así- pues sentimos la empatía necesaria para no desear hacer daño a la gente, pero es innegable el impulso que sentimos por hacia la destrucción y la violencia, presente en los mismos niños que eligen pisarle la cola al gato y matar a los “renacuajos” de la fuente como pasatiempo. 

Seamos honestos, ¿cómo de frustrante es no poder romper el ordenador a puñetazos cada vez que un niño de 15 años nos mata en un juego online? (igual me estoy proyectando demasiado en mi propia experiencia jejeje). Walter White puede romper el ordenador, igual que pudo hacer explotar su coche deportivo, porque en ese momento le dio la real gana. Somos seres racionales y rechazamos hacer cosas que sabemos que nos perjudican, pero eso no elimina la atracción por hacerlas.

Esa fascinación por el personaje de Walter, un “pringao” -como cualquiera de nosotros- que pasa brevemente de bajar la cabeza ante su jefe a plantar cara a los capos de cartel de la droga mexicano y americano se alimenta de esa identificación con Walter del individuo común que desearía hacer cosas extraordinarias y ser “el puto amo” y es similar a las pasiones casi eróticas que siempre ha desatado la violencia y dominación sobre el Otro (Fromm), como podemos ver en la infinidad de personas jugando a disparar a todo lo que se mueve en sus ordenadores, sencillamente porque saben que no provocan ningún daño –repito, somos empáticos, no somos psicópatas- y porque saben que no tendrá consecuencias, así se liberan de la compasión y la responsabilidad, pudiendo disfrutar disparando y matando virtualmente a seres que ni sienten, ni padecen… ni denuncian. 

Esto parece apoyar la visión hobbesiana (es hombre es malo por naturaleza) frente a la de Rousseau (el hombre es güeno), pero me parecería un  error caer en este determinismo ya que el pensamiento de Hobbes , que requería del estado para protegernos a los unos de los otros, ignoraba –no sé si deliberadamente- no sólo que la empatía también es en cierto modo innata, sino que por encima de todo se puede cultivar y así se hace. La parte de nuestra personalidad conformada por lo adquirido (“superyó”, en términos freudianos) prevalece así frente a esa supuesta naturaleza malvada, que en mi opinión no es maldad, sino caos, irracionalidad. Lo vemos día a día: sabemos que el hijo de dos gilipollas será seguramente un gilipollas. Pero no hay un código genético que condene a un individuo a ser gilipollas, sino unos valores y comportamientos propios de gilipollas, que se transmiten culturalmente de gilipollas a meta-gilipollas, engendrando así nuevos gilipollas ad infinitum. 

Más allá de lo pulsional: la vida en sociedad. 

La principal característica biológica del ser humano es su no-especialización física. No somos fuertes, ni resistentes, ni rápidos, ni siquiera resistimos temperaturas moderadamente bajas. Por si fuera poco, nuestros instintos se reducen a poco más que la succión. La guinda es nuestro lentísimo desarrollo: mientras otras especies están listas para sobrevivir en el medio por su cuenta a las horas/días o semanas de su nacimiento, nosotros tardamos más de una década en desarrollarnos físicamente. Biológicamente somos un desastre. 

Estas condiciones nos condenan a la vida en sociedad donde apoyados en el conocimiento que pasa de generación a generación desarrollamos nuestro potencial. Nuestra viabilidad como especie ha dependido siempre de estructuras sociales que hagan frente a estas carencias: familias que crían durante años a los niños por la lentitud de su desarrollo, que transmiten el saber adquirido a la siguiente generación para suplir la insuficiencia instintiva, organizaciones –generalmente de hombres- que se unen para aumentar su efectividad como cazadores, sociedades donde se reparte el trabajo, se colectiviza el conocimiento… y se establecen unos valores comunes y unas normas que posibilitan la convivencia.

Y ahí llega de nuevo la frustración de Walter White. Por supuesto su caso es extremo, tanto en su condición de pelele inicial como en su brutal transformación, que él racionaliza: 

“What is going on with me is not about some disease. It's about choices. Choices I have made. Choices I stand by.” 

Walter perdió toda perspectiva social de su existencia –la sociedad le importaba bien poco- y voluntariamente quiso vivir ignorando no sólo los resultados de sus acciones sino la interdependencia de la que era esclavo para satisfacer sus deseos, rechazando cualquier subordinación y actuando desconsideradamente con sus propios compañeros. Como le reprobó Mike ante el fracaso de su empresa: “If you’d done your job, if you’d known your place…”. Pero Walter quería escapar de esa prisión de lo social y tomar sus own choices, ser dueño de su vida y su destino, sentirse respetado y reconocido realizándose como el talentoso químico que es, tomar las riendas de su vida, sean cuales fueran las consecuencias… y no tenía tiempo ni interés en perseguir sus objetivos en armonía con su entorno.  

La frustrante realidad

En otras palabras, vivir en sociedad y comportarse como un ser racional es un fuente constante de malestar (si bien se puede gestionar para que sea también placentero), pero nos guste o no, es necesario.  

Me gustaría dedicar esta reflexión a todos aquellos anarcocapitalistas que quieren entender la sociedad desde el individuo, y eliminar todas las protecciones colectivas que intervienen la voluntad del Dios Mercado, comportándose como auténticos sociópatas en pos de su bienestar individual. 

Dice el antropólogo Eudald Carbonell que nuestra civilización es aún primitiva por su sistema de organización económico-social. Que es impropio de animales que han llegado a ser conscientes –nosotros- un sistema irracional, sin conciencia colectiva, basado en el darwinismo social como es el capitalismo. 

Y ahí enlazamos a los “ancaps” con Walter White. Puede que a diferencia del Walter, algunos de ellos tengan medios materiales y un marco jurídico que les permita desentenderse de las consecuencias negativas de sus acciones en los demás y someterles a su voluntad;  sin embargo la mayoría tiran piedras contra su propio tejado al desear un escenario “todos contra todos”. 

Y es que tienen mucho en común con la última versión del protagonista de la serie: En su infantilismo y su tremendo egocentrismo rechazan buscar el placer en armonía con sus iguales pues no están dispuestos a tolerar la frustración que supone la interdependencia, la responsabilidad con el otro, el vivir en sociedad, el actuar racionalmente… y por ello están dispuestos a oprimir y destruir al otro si es necesario, dejando como resultado una sociedad barbárica.

viernes, 22 de agosto de 2014

De teletextos y hombres




A mi padre por aguantarme, que no es poco, y a Rubén por inspirarme la historia.


Algunos dirían que la fascinación de mi padre por el teletexto traspasa los límites de lo racional y lo pasional. Desde que tengo uso de razón he visto como día tras día hace uso del perenne sistema para buscar información sobre actualidad, previsiones meteorológicas, datos de película que estamos viendo –o al menos intentando ver, mientras él se deja llevar por su tecnología fetiche- , los resultados de la liga de fútbol –que nunca le interesó- o los movimientos de la bolsa.

A menudo le he observado entrar en una especie de trance, con su mente totalmente abstraída del mundo terrenal mientras lee noticias irrelevantes, pasando de página constantemente en una orgía de letras de colores que sólo él parece comprender. Siempre recuerdo a los “verdaderos humanos” de la película “Matrix”, capaces de descodificar mentalmente sistemas de letras y signos en la pantalla de su ordenador, viendo en ellos verbo e imagen. El caso de mi padre se me hacía similar, ¿Realmente estaba leyendo las últimas declaraciones de Alfredo P. Rubalcaba ante la bajada de la prima de riesgo, o estaba descifrando algún tipo de mensaje oculto, ininteligible para el resto de usuarios del teletexto?

Como todas las grandes verdades, la respuesta se reveló por sí sola. 

Aquella tarde me encontraba cansado y decidí dormir una siesta, algo extremadamente raro en mí. Me desperté con la noche entrada, tan agotado como sediento. Quizás mi agotamiento me hiciese ignorar el murmullo que provenía del salón, quizás también fuese mi atontamiento lo que me hizo no encender la luz, y caminar a oscuras hasta la cocina.  Quizás esos fuesen los motivos por lo que ignoré la fijación con la que mi gata observaba desde la puerta lo que sucedía dentro del salón.

Bebí un vaso de agua en silencio y giré sobre mí mismo, rumbo al salón. Fue entonces cuando advertí la visible incomodidad de la gata que al acercarme se retiró en silencio con el pelo erizado. Extrañado, decidí ayudarme de mis pies descalzos para moverme con sigilo y entrar en silencio en aquella poco iluminada sala de donde comencé a percibir unos extraños murmullos.

Desde apenas un paso tras la puerta pude contemplar la escena. La tenue luz de dos velas iluminaba a un hombre que se hallaba de rodillas frente a la televisión, observándola con los ojos en blanco, en un estado de total trance que le alejaba del mundo real, reduciendo su cosmos a la televisión y él, cosmos solo violado por un agente exógeno: el mando a distancia que su mano derecha sujetaba con firmeza.

Aquel hombre no era ningún desconocido, era mi padre.

Noté un escalofrío por todo el cuerpo. Deseaba salir corriendo de ese lugar y olvidar para siempre la escena que mis ojos contemplaban incrédulos, no reconocía a mi progenitor en aquel tétrico hombre que rodeado de velas parecía murmurar algún tipo de oración, pero paralelamente era incapaz de irme de ahí: algo me ataba a aquel lugar, a aquel momento, algo en mi interior parecía llamarme desde las profundidades de mi subconsciente, invitándome a presenciar aquella ceremonia y quién sabe si tomar parte.

Los murmullos de la oración de mi padre subían de volumen, adquirían una profundidad y una resonancia que trascendían las propiedades físicas del sonido haciéndome dudar de si aquellas palabras pronunciadas en una oscura variante arcana del pachuezo eran realmente murmullos o potentes alaridos que hacían retumbar las paredes de mi casa. En cualquier caso, eclipsaban todo sonido que yo pudiese producir, contribuyendo a que mi presencia pasase inadvertida mientras mi padre continuaba en frente de la televisión, donde pude observar que estaba abierta la página 666 del teletexto. 
Imagen tomada de: senotaelpixel.blogspot.com.es

Llegado a cierto punto, la sonoridad y volumen de las oraciones eran casi insoportables para mis tímpanos, lo que me obligaba a taparme los oídos con las manos. Pero lo más alucinante sucedía en la pantalla, donde la orgía de pixeles en la pantalla parecía tomar forma, una forma que no pude reconocer como humana, pero que indudablemente representaba a alguna forma de vida diferente a todo lo que yo había conocido. Esta forma iba cobrando dimensión en la pantalla, parecía salirse de ella. Creí ver una mueca de respeto en mi padre, como si tragase saliva. Entonces su oración cesó, y aquel ser habló.

-Basilio, me has llamado.


-Sí, grandeza. Hay algo que debe saber.  


-No hay nada que yo no sepa, nada que un acólito pueda mostrarme. Sólo hay obligaciones que cumplir. Dime, Basilio, ¿por qué no has inhabilitado la cuadra de Fulgencio? ¿Acaso has decidido desobedecer nuestras órdenes?


-Grandeza, yo quería hacerlo, pero...

-¡”Pero” no es una excusa ante nuestra estirpe! ¿Has olvidado todo lo aprendido? ¿Has olvidado tu misión como alcalde de Babia del Yuso? ¿Has olvidado aquello por lo que te necesitamos y te ayudamos a conseguir el poder? ¡Debes obedecer, solo tú puedes instalar nuestro orden en el mundo, Basilio! Tu linaje representa a los elegidos en la tierra, ¡debes llevar a cabo nuestra voluntad!

El ser en el teletexto producía una doble sensación de calma e implacabilidad que me incomodaba. Parecía conocer a la perfección a mi padre, al que instruía sobre las medidas que debía tomar su gobierno y esa misteriosa misión que al parecer nuestra familia cargaba sobre sus hombros. 

En ese momento se oyó un repentino ruido proveniente de otra habitación: seguramente la gata había tirado algo al suelo. El ruido pareció poner sobre alerta a mi padre y el ser, lo que me hizo salir del salón de un salto, ante su amago de mirar hacia los lados. ¿Había sido descubierto? Muy probablemente, después de todo, ese ser que parecía saberlo todo y tener algún tipo de relación con “nuestro linaje” ya sabía que yo estaba ahí. Y lo toleraba. ¿Habría alguna misión destinada a mi persona en ese oscuro plan?

Me dirigí en sigilo hacia mi habitación mientras sentí que la luz del salón se encendía. Cerré la puerta con pestillo y deseé con todas mis fuerzas que mi padre no viniese. No era capaz de enfrentarme a esa doble vida que acababa de descubrir. No quería saber nada de misiones sobrenaturales de los Barriada en este mundo. En cualquier caso, el cansancio me vencía y pronto caí dormido.

Aquella noche soñé con mi abuelo, un hombre que vivió la mayor parte de su vida en Babia. Pero en aquel extraño sueño no interactuábamos. El estaba sentado delante de mí, dándome la espalda, con la mirada fijamente clavada en una pequeña televisión. En esa televisión, Paco Montesdeoca y José Antonio Maldonado presentaban las previsiones meteorológicas conjuntamente, en su eterno pulso por derribar al otro y convertirse en el mejor presentador de “el tiempo” de todos los tiempos, valga la redundancia. 

Aquella familiar escena que tantos años viví –mi abuelo abducido por “el tiempo”- me recordó de repente a la escena de mi padre y el teletexto… y tan pronto como ese pensamiento cruzó mi mente todo comenzó a mutar, las facciones de los presentadores cambiaron y se tornaron irreconocibles para la raza humana, la pantalla de distorsionó y la luz de la habitación se apagó. Sólo mi abuelo Recaredo permanecía ajeno a todo frente a la pantalla. Observé que tenía también los ojos en blanco y sentí el mismo escalofrío que había experimentado esa misma tarde. Ahora los seres en la pantalla parecían mirarme a mí, invitándome a participar en tan confusa relación. Balbuceé algo, pero mi abuelo me interrumpió con un “¡¡EEEHHHH!!”: Cualquier sonido que se interpusiese entre él y los hombres del tiempo era inadmisible para Recaredo Barriada. 

Desperté sobresaltado, cubierto de sudores fríos. La luz de la mañana penetraba entre las rejillas de mi persiana y me invitaba a salir de la cama. Estaba aturdido por todo vivido. Quería convencerme de que todo había sido un sueño, pero no sabía que pensar. Me dirigí al salón, donde la visión de mi padre sentado en el sofá y mirando el teletexto me dejó paralizado. Ahí estaba él, ajeno de nuevo a todo, leyendo alguna noticia de actualidad política. Ante tan familiar escena, sentí cierta tranquilidad, tal vez todo hubiese sido un mal sueño. Si realmente hubiese sido descubierto observando a mi padre tratar con seres superiores a través del teletexto, él no actuaría con tanta naturalidad al verme de nuevo.

Leí en silencio algo de la noticia que estaba observando. El nuevo líder del PSOE prometía a los votantes socialistas traer definitivamente el laicismo a las escuelas e instituciones. En ese momento mi padre pareció prestar atención a mi presencia, y murmuró en voz baja, mientras sacudía suavemente la cabeza.

-Qué morro tienen, ahora lo proponen, vergüenza les debería dar.

Entonces se giró hacia mí y me saludó, mientras me guiñaba con ojo con misteriosa complicidad.

-Buenos días, hijo. 


 

lunes, 11 de agosto de 2014

Huxley en tu empresa

La serie “undercover boss” dedicó un número a la constructora de camiones norteamericana “Mack Trucks”. En la serie, Dennis Slagle (presidente y CEO de la compañía) es caracterizado para que sus trabajadores no le reconozcan, fingiendo ser un participante de un concurso -excusa para que haya cámaras grabando- en el cual dos personas compiten por un puesto de trabajo en Mack Trucks.

En su participación en los diferentes procesos de manufactura, comparte opiniones con sus empleados, que le hablan de una baja moral generalizada en la empresa desde que ésta fue comprada por Volvo, con la consiguiente ola de despidos, y la amenaza constante de trasladar la producción de EEUU a México.

El programa termina patéticamente con Dennis compensando a los 4 sufridos trabajadores con unas vacaciones pagadas, un dinerito extra y otros beneficios, dando la imagen al espectador de tipo super cercano, empático, preocupado por sus empleados... Decide incluso ir más allá y colaborar a título personal con el tratamiento de los nietos de uno de los 4 trabajadores con los que “trabajó”. No voy a cuestionar lo loable de ese último gesto, pero sí señalaré que premeditadamente le pusiesen a trabajar con ese empleado para que le contase su historia y poder así lucirse con la donación delante de las cámaras, al mismo tiempo que se añade la necesaria dosis de drama al programa, con las lágrimas del sufrido abuelo.

El ejemplar CEO cierra el programa con un discurso a sus empleados, con la cámara delante, diciendo lo buenos trabajadores que son, lo importante que es mantener los puestos de trabajo en EEUU, y que hará lo imposible para mantener la producción de Mack en EEUU, aunque deben comprender que “debe hacer lo necesario para satisfacer a los inversores”.

Durante el programa ya había mencionado su preocupación al oír a sus empleados hablando sobre el posible traslado, pues utilizaban los términos “ellos y nosotros”, separando a los directivos de los trabajadores, pero Dennis considera que tal dicotomía no existe. Durante su discurso ante sus empleados, vuelve a hacer mención a esta idea, señalando que Mack Trucks es “una gran familia”.

Huxley desatado

Si Orwell dibujó como nadie el rumbo que estaba tomando el totalitarismo estalinista, Huxley hizo lo propio con el capitalismo. El control social era el tema central en ambos casos. Representado por el miedo y la violencia en el primer caso, y por el placer en el segundo.

Las ideas que Huxley denunciaba toman cada día más forma en nuestra sociedad, donde todo parece estar destinado a que el ciudadano se evada de la realidad y se entregue al bienestar de la ignorancia y el placer banal, incapaz de cuestionar el marco de su existencia. 

El sociólogo Jorge Moruno define como “Empresa-Mundo” a ese tipo de corporaciones, que han dado un paso más allá en la anulación de la voluntad del trabajador y el movimiento obrero. Ya no eres el individuo que vende su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Ahora has de considerarte parte de la empresa, miembro de una estrecha familia donde todos tiran del carro, unidos en una causa común: el éxito de la empresa.

Ahí es donde el empresario se apodera de tu vida, pues tu vinculación con la empresa ya no termina al final de tu jornada laboral, sino que tu trabajo pasa a definirte y convertirse en tu mundo. Se te dan facilidades para que compres productos de tu empresa, incluso acciones de la misma, se organizan salidas y fiestas entre compañeros de trabajo, para que todos nos riamos con la borrachera que se agarra nuestro “team leader”, te regalan tonterías con el nombre de la empresa, reparten chocolatinas en los pupitres de los empleados, tus jefes te repiten hasta la saciedad que “estamos todos en el mismo barco”, se crea un clima donde todos han de sentirse orgullosos por el progreso de la empresa o preocupados por su declive: en una versión posmoderna de la moral del oprimido (Freire), el trabajador comparte la cosmovisión del empresario, llegando incluso a justificar las vergüenzas de su propia explotación por el bien de la empresa.

Lo realmente siniestro de estas empresas es el ambiente que consiguen. Nos meten en la cabeza que
somos unos privilegiados por trabajar ahí, que tenemos mucho talento, que somos todos una familia... Hay que sonreír constantemente si no quieres que venga algún trainer o alguien de recursos humanos a entrevistarte y elaborar un plan para mejorar tú actitud. Cuidado con enfadarte o romper de alguna manera el “buen clima” laboral o conocerás la verdadera cara de la empresa. Deja de participar en todas las estúpidas salidas y actividades sociales de la empresa, cuestiona las condiciones, y tus compañeros serán los primeros en señalarte como la oveja negra, el Bernard Marx de esta obra.

Este control de cualquier tipo de “disidencia” provoca un clima de falsedad donde el empleado descontento, aquel que no se ha tragado el mantra del empresario, tiene que además aceptar la humillación de fingir estar contento y
“divertirse en el trabajo”, perdiendo así ese último derecho a decir lo que piensa sin que ello le traiga consecuencias. El emperador anda desnudo, pero nadie se atreve a señalarlo. Y no hay Soma que alivie esta humillación.

La realidad


Lo que queda claro es que se nos ataca desde dos flancos. Por una parte somos sobreinformados, alienados y seducidos hasta comer de la mano del admirado empresario: Que una importante mayoría entre los obreros “no cualificados” (toma estigma!!) no vean el elefante rosa en la habitación y voten PPSOE, no es baladí. Por otra parte se nos recortan nuestros derechos, y las condiciones de explotación son cada vez más favorables al capital, en detrimento del trabajo.

En otras palabras,
cuando empresarios como Dennis Slagle buscan que sus empleados dejen de hablar de “ellos y nosotros” no están sino buscando su sueño húmedo: un ejército de mindundis motivados en el amor a su empresa, ajenos a su condición de trabajadores, e identificados con el empresario y su causa. Paralelamente, las condiciones laborales permiten al empresario no solo enriquecerse a costa de aquellos que se creen afortunados, sino también poder desprenderse de ellos con facilidad cuando así lo desee, como hizo Mack Trucks antes de grabar el programa, pues parece ser que les importan más las necesidades de sus inversores que las de “su propia familia”.

Por una parte el amor de una familia; por la otra el miedo al desempleo, pues los gobiernos neoliberales se van ocupando de eliminar toda la maraña de prestaciones sociales y redes de seguridad que el moribundo estado del bienestar había construido. El mensaje es claro: entrégate, y vivirás en la ilusión de ser uno de los nuestros. Deja de obedecer y caerás al vacío.


PD: Recuerdo cuando un gañán me contrató para su timadora empresa y se puso a recitar de memoria el mantra del manual del perfecto empresario neoliberal: “te hemos elegido entre 12 candidatos” “confiamos en ti, tienes mucho potencial” “eres afortunado, es un buen trabajo”... En otra experiencia laboral, recuerdo a un chico noruego afirmando excitado que él no era un simple teleoperador, sino que formaba parte de una gran empresa líder en atención al cliente, mientras se burlaba del pequeño negocio de un tío suyo. Recuerdo también otra empresa-timo donde todos los días se daban charlas de motivación-formación y nos "felaban" repetidamente, buscando que nos sintiésemos privilegiados y valorados...

En la empresa 1 me estafaron y me deben dinero. En la empresa 2, el chico noruego no tardó en marcharse a otra compañía, asqueado con
la flexibilidad impuesta en los horarios. En la empresa 3 me despidieron 1 día antes de terminar la formación, para evitar tener que pagarme lo acordado.

Las palabras se pueden cuestionar, pero los hechos están ahí. Te pueden regalar los oídos todo lo que quieras, pero para el monstruo empresarial seguirás siendo mercancía.