sábado, 29 de agosto de 2015

Resolver el drama migratorio es muy sencillo



Finalmente parece que los medios están dirigiendo sus cámaras al drama que viven las oleadas de personas que llegan a Europa huyendo del hambre, la guerra, la violencia, las persecuciones políticas o religiosas, los desastres climáticos o por el justo motivo de aspirar a una vida más digna. Un drama que se ha agravado pero no es nuevo, ni mucho menos. 

Tanto los afectados en primera persona, como los que nos preocupamos por ellos, y también aquellos que sólo son capaces de ver intrusos entrando en su burbuja de bienestar, queremos soluciones. La  de estos últimos es tan sencilla como continuar militarizando fronteras y convertir Europa en una gigantesca fortaleza. Las soluciones que yo propongo significarían solo unas “pequeñas reformas”:

Estaría bien comenzar anulando la deuda de los países del sur, creada en condiciones de absoluto chantaje y utilizada para sostener las estructuras neocoloniales mediante la penetración de occidente en las maltrechas economías del llamado tercer mundo. Ya puestos sería un detalle devolver lo robado mediante los infames planes de ajuste estructural, junto con el pago de compensaciones económicas por daños y delitos cometidos por las potencias occidentales en sus etapas coloniales.

Siguiendo por esa línea habría que retirar todo tipo de apoyo a gobiernos y líderes cleptócratas que curiosamente han sido siempre muy bien tratados por nuestras oligarquías, y si fuese posible deberíamos evitar boicotear, bloquear, deponer o asesinar a todos aquellos líderes y gobiernos razonablemente bienintencionados que pudiesen tomar las riendas de sus países. 

Proporcionar esas condiciones para el justo desarrollo de los países del sur introduciría entonces una cuestión interesante: Este planeta ya carga globalmente con una huella ecológica del 1,6 y las consecuencias en forma de cambio climático son especialmente duras en los países que no han disfrutado de la fiesta desarrollista de los combustibles fósiles, fiesta que provoca directa e indirectamente millones de desplazados. 
Crédito: Oxfam East Africa/CC by 2.0

Imaginarse un desarrollo industrial en el sur que termine con los 7.000 millones de pobladores viviendo como lo hace un hoy día el españolito medio es un absurdo, es materialmente imposible. De este modo, de nuevo nos tocaría a nosotros “hacer sitio” reduciendo extraordinariamente la producción desenfrenada de nuestras industrias, y con ella el consumo sin fin de recursos y sus externalidades en forma de emisiones y residuos. Ni que decir que en el plano social e individual sería el fin de la sociedad de consumo, de nuestro estilo de vida.  

Con motivo de no despilfarrar recursos ni continuar con este mundo-mercado que cualquier magnate puede conquistar desde su salón, habría entonces que limitar el comercio internacional a lo puramente necesario a la vez que se permitiría la movilidad absolutamente libre de personas, lo que grosso modo supone invertir la fórmula globalizadora: libertad de movimiento para las personas, control absoluto del movimiento de bienes y capital. De ahí se desprenderían hábitos hoy tan inusuales como el consumo de alimentos de temporada, producidos en la cercanía. 

Dentro de esta nueva normativa de comercio internacional, habría que sancionar, incluso expropiar/colectivizar a toda aquella entidad financiera, empresa o incluso estado que venda o financie armas a ejércitos y milicias invasores. No estaría mal comenzar por Israel, estado experto en generar refugiados, tanto desde su propio  aparato militar como desde su rol de fabricante de armas.
 
Por supuesto, habría que activar planes de acogida masiva para aquellos años que durase la implementación de las nuevas medidas, siendo los refugiados portadores de los mismos derechos que la ciudadanía autóctona y preparándonos así para compartir nuestra burbuja de bienestar. Sería además excelente que dejásemos de usar los medios de comunicación para generar odios antagonistas ya que vamos a convivir muchos años, guste o no.  Qué buena oportunidad para dejar de ser una gran piara de catetos y abandonar el dogma etnocentrista de la superioridad moral de occidente. 

Y ya puestos, sería un bonito gesto invertir tiempo y capital en volver a hacer habitables aquellos lugares de los que hoy la gente escapa, por ejemplo recuperando los suelos otrora fértiles de zonas desertificadas o sobreexplotadas en monocultivos con fines exportadores. Cabe apuntar que recuperar un suelo muerto es una tarea que lleva años, a veces incluso décadas. 

Un pequeño detalle: estas políticas tendrían que aplicarlas todos los países de occidente de forma conjunta y coordinada, vamos, algo sencillísimo.

Supongo que estás 4 cosillas serían un buen principio para resolver el problema. Como se puede ver, son pequeñeces, nada importante. Apenas notaríamos el cambio.

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