lunes, 19 de septiembre de 2016

La inmigración y la "identidad europea"


Escucho constantemente aullidos vaticinando que la inmigración destrozará la identidad europea y será nuestra tumba. Son afirmaciones especialmente lamentables cuando hablamos de gente que llega aquí huyendo de la miseria, el hambre y/o la violencia, es un gigantesco fracaso moral. Quiero pensar que los agoreros europeístas que defienden esta tesis no tienen en la cabeza los aspectos genéticos cuando hablan de preservar la identidad europea. Es decir, que no están temiendo que de tanto follarnos los unos a los otros sin ningún criterio cromático acabemos todos de color marrón claro.

Quién sabe, pero como el racismo genético está socialmente desacreditado, ahora se fomenta el racismo cultural para poder mantener el mismo discurso: Los occidentales somos superiores. No debemos dejar instalarse aquí a los bárbaros de los países del sur o destruirán Europa. Todo parece girar en torno al cómo somos nosotros, cómo son ellos y cómo serán las siguientes generaciones si “les dejamos” seguir viniendo.

¿Pero quiénes y cómo somos los europeos? ¿Cuál es esa esencia europea que no debe ser contaminada por extranjeros?

Lo cierto es que en la Europa del siglo XXI, como en el resto del mundo globalizado, la gente se nutre de la cultura que este mundo genera, especialmente la producida en los EEUU. Es decir, que mientras algunos se alertan de que a nuestros países llegue gente “diferente” ya se visten de acuerdo a modas originadas en otros países, disfrutan del cine y las series made in Hollywod, de la música británica y estadounidense, introducen cada vez más anglicismos en su vocabulario, aprenden inglés a la par que ignoran agonizantes lenguas locales, comen en formato fast food al cual se adapta la cocina china, tailandesa, turca o propiamente norteamericana, se forman opinión siguiendo medios de información que defienden intereses ajenos, aceptan la asimilación del modelo de condiciones laborales de EEUU y a la vez importan el sueño americano con la lógica crematística del enriquecimiento, el lujo y la fama (triunfar, le llaman) por encima de todo, disfrutan con la NBA y la Premier League, regalan y reciben regalos el 25 de Diciembre (Santa Claus-Coca Cola) y van dejando de lado el 6 de Enero (Reyes Magos), se pasan las horas navegando por internet, jugando a juegos online contra jugadores de Corea del Sur o utilizando las redes sociales para hablar con gente que vive a miles de kilómetros o con el vecino de al lado, y hasta cuando hacen sus propias creaciones artísticas imitan a los raperos californianos, a los directores de cine de acción norteamericanos o basan sus recetas en platos “exóticos”.

Estos son a grandes rasgos los europeos de mi generación, muchos muy preocupados al parecer porque perdamos nuestra identidad. Y ya ni hablamos de la cacareada religión, pues al parecer la presencia de extranjeros musulmanes les hace reivindicar el cristianismo como eje de la cultura europea. Será que de repente vivimos de acuerdo a los 10 mandamientos y yo sin enterarme. El ejemplo de siempre: ¿alguien de mi generación espera al matrimonio para tener relaciones sexuales? ¿quién evita tener pensamientos “impuros”?
Ahora compartiré unos comentarios en twitter sobre la 
importancia de preservar nuestra identidad europea....

Si cada vez se asimila más la cultura del individualismo, el consumismo y la precariedad material mientras perseguimos el sueño americano ¿Cuál es esa supuesta esencia europea que debemos proteger?

Yo entiendo que cuando el neorracismo europeo habla de “cultura europea” se refiere a nuestros sistemas políticos, a una institución social implantada en la revolución industrial como es la ya universalizada familia nuclear, al cristianismo, a nuestras lenguas y a diferentes folclores tradicionales como puede ser la por fortuna agonizante tauromaquia. Ellos entienden que esto son realidades vivas y que deben mantenerse inmutables por los siglos de los siglos.

Pero, ¿Qué queda de eso y cuál es la influencia de la inmigración?

El deterioro de nuestras democracias y la progresiva pérdida de soberanía de los estados-nación no es consecuencia de la presencia de personas inmigradas dentro de nuestras fronteras sino de la acción globalizadora por la cual las financieras y las grandes corporaciones transnacionales se convierten en los amos y señores del mundo, aliándose con los estados más poderosos doblegando a los más débiles. Los europeos nos las arreglamos para destruirnos unos a otros, no nos hace falta ayuda. Tampoco creo que la familia nuclear (otro tótem del conservadurismo) “peligre” por culpa de sociedades donde ese concepto familiar es aún más fuerte, como la marroquí, pues somos los propios europeos los que cada vez más ponemos en cuestión que nos tengamos que agrupar en matrimonios hombre-mujer donde la mujer cría los hijos mientras el hombre provee para el hogar vendiendo su fuerza de trabajo. ¿La inmigración amenaza al cristianismo? No... es la ilustración que lo hizo y sigue haciendo. Ahora el dios de nuestra sociedad es El Mercado, a quien debemos lealtad y ofrecimiento perpetuo de más y más sacrificios para que sea justo con nosotros, pobres mortales proletarios. Cada 4 años votamos nuevos sacerdotes y ellos se encargan de mediar entre nosotros y nuestro señor El Mercado. Entiendo que a pesar de nuestro desinterés religioso muchos europeos seamos culturalmente cristianos, desde nuestro calendario a nuestras celebraciones tradicionales, pero... ¿Realmente creemos que se dejará de celebrar la navidad acaso por consecuencia de la inmigración? Sobre las lenguas europeas... es el inglés el que gana terreno, no el wolof ni la dariya marroquí. Muchas lenguas sin el estatuto de oficialidad (o incluso teniéndolo) se pierden por el propio desinterés de gobiernos y ciudadanía, no por la inmigración.

Lo cierto es que no prestamos mucha atención a como la globalización-norteamericanización nos seduce y transforma pues consideramos que es símbolo de modernidad y progreso y desviamos nuestras preocupaciones a como ciudadanos con la piel más oscura y provenientes de países pobres de la periferia (que de acuerdo al dogma eurocéntrico es sinónimo de barbarismo) dejan sus países y se instalan en los barrios humildes de nuestras ciudades en su comprensible afán por vivir mejor.

Esto ha sucedido, sucede y seguirá sucediendo porque es parte de la naturaleza de una sistema de gestión y reparto desigual como es el capitalismo. Desde que el capitalismo global se fundó (a grandes rasgos) con Europa poniendo el interés, los medios, el capital y la saca, África aportando la mano de obra y Latinoamérica los recursos a explotar, hemos visto como los movimientos de población han ido creciendo hasta el boom de movilidad del siglo XX, especialmente cuando las catastróficas políticas neocoloniales de las potencias europeas en África, condensadas en los crueles planes de ajuste estructural del FMI, BM y OMC que destrozaron las economías del continente desde los años 60 supusieron una gran afluencia de migración al viejo continente donde muchas familias africanas echaron raíces.

Son ya varias generaciones de personas inmigradas desde África (y otras partes del mundo) las que viven en la Europa contemporanea. ¿Cual ha sido el resultado? ¿Los extranjeros que aquí se instalan nos imponen su cultura y acabamos asimilando otras religiones, otros idiomas? Pues no. Diferentes modelos de gestión de la diversidad (asimilacionismo, multiculturalismo, melting pot...) han producido efectos diferenciados, pero en lineas generales se puede afirmar que mientras toda la sociedad cambia son los venidos de afuera los que han asimilado la cultura propia del país de destino a través de las generaciones.

Transmisión/asimilación de herencias verticales y horizontales

Voy a explicar este fenómeno en base a los conceptos que Amin Maalouf acuñó bajo los nombres de herencia horizontal y herencia vertical. En su imprescindible libro “identidades asesinas” nos explica como todos somos producto de ambas herencias: La vertical representa lo que heredamos de nuestra región, antepasados... aquí entra desde el idioma a la religión. La horizontal la recibimos de nuestros contemporáneos y es la que anteriormente he destacado al hablar de los europeos actuales. Es tanto el hecho de adaptarse a la sociedad actual como puede ser aficionarse a un tipo concreto de música.

¡Que levante la mano el que quiera una Europa progresista
libre de intolerancia y extremismo!
La herencia vertical suele ser mucho más susceptible de ser llevada al campo identitario “Yo soy blanco” “Soy católico” “Soy español, español, español” (al ritmo de Kalinka, una canción rusa ¿podría ser más paradigmático?). Por su parte la herencia horizontal tiende a ser menos percibida. Aunque él no lo considere así, un informático tailandés de Bangkok tiene posiblemente más en común con un informático madrileño que lo que tendría que con sus conciudadanos de hace un par de generaciones, pues ambos se han adaptado a vivir en la sociedad de la información, una realidad global.

El discurso neorracista sostiene -implícitamente- que la herencia vertical que portan las personas inmigradas en Europa se impone a la de la población autóctona, pero lo cierto es que lo grandes procesos de aculturación en Europa no son resultado de la presencia de personas migradas dentro de nuestras fronteras sino que resultan de los propios mecanismos globalizadores en forma de industria del entreteniendo, medios de información, nuevas relaciones de producción, avance científico técnico y demás formas de modificar nuestras vidas y opinión. Compramos así el individualismo y consumismo en auge desde hace muchas décadas en Estados Unidos que hemos hecho propio, así como otros aspectos de su sociedad, molde con el cual estamos construyendo las nuestras. También importamos parte de su herencia vertical de los estadounidenses, destacando su idioma, cada vez la segunda lengua de más gente y cada vez más incrustado en las primeras lenguas en forma de anglicismos y vocabulario vanguardista que no se traduce.

¿Y qué pasa con los que aquí se instalan?

Pues que año tras año y generación tras generación tienden a asimilar parte de nuestra herencia vertical y perder la propia, al mismo tiempo que son moldeados por la sinergia de herencias verticales como también nos pasa a nosotros. Yendo a un ejemplo concreto, la mayoría de chicos y chicas marroquíes que llegaron con sus familias cuando eran niños o que han nacido aquí usan el castellano para hablar con sus hermanos y amigos, en la mayor parte de los casos desconocen el alfabeto árabe y solo pueden hacer uso oral de la lengua de sus padres. Muchos aborrecen sus vacaciones en Marruecos, prefieren quedarse y salir de fiesta hasta tarde con sus amigos. Se toman su religión de una forma muy laxa o incluso la dejan de practicar. Siguen las modas de vestir occidentales. La siguiente generación ni siquiera aprende árabe y continua dejando atrás todo lo demás, para disgusto de sus mayores. Podríamos poner el ejemplo de todos esos famosos futbolistas franceses de origen argelino o senegalés, que ni siquiera hablan el idioma de sus abuelos. Se debe destacar que su asimilación de la cultura global-occidental ya comienza en los países de origen, donde operan los mismos mecanismos globalizadores que aquí conocemos, siendo incluso más agresivos al usar a menudo las escuelas y la televisión idiomas extranjeros y ofrecer una formación eurocéntrica.

La gente habla como si nuestro destino como europeos fuese llevar chilaba y babuchas cuando son nuestros nuevos vecinos lo que ya en su propio país preferían un chandal Adidas. Es una tendencia global que apenas constituye excepción en aquellos que solo ven al rostro del otro en la modernidad que les colonializa y dedicen aferrarse a su conservadurismo más arcaico para no perder su identidad, lo cual es un problema propio de una globalización que mas bien podríamos llamar “norteamericanización”. Se producen entonces conflictos identitarios, que tanto revuelo causan últimamente. Otros se avergüenzan de su herencia vertical. En mi experiencia tratando con personas inmigradas habitualmente detecto en muchas personas llegadas aquí (especialmente desde África) cierta reticencia a hablar de aquello que es propio de su tierra, como si fuese ello un símbolo de subdesarrollo y prefieren hablar del último Barça-Madrid, por poner un ejemplo. Un gran triunfo de la colonización epistemológica, que los propios habitantes de la periferia se vean a sí mismos desde una lupa eurocéntrica.

Mi paciencia se acaba cuando los movimientos xenófobos europeos (que paradójicamente se suelen declarar antieuropeistas) reivindican la supuesta tolerancia europea frente a la supuesta intolerancia de los recién llegados. De este modo, todas las conquistas sociales a las que la mayoría de ellos se han opuesto como los derechos LGTBI o el avance del feminismo son ahora armas que empuñan en su mano contra sociedades más conservadoras, aunque ellos formen parte del conservadurismo autóctono y tampoco compartan esos principios progresistas de tolerancia. Estos seguidores de Donald Trump son un gran ejemplo:



Lo que estamos viendo aquí tiene mucho de repliegue identitario, de europeos blancos que perciben a los vecinos del sur como bárbaros incorregibles con los que tienen miedo de convivir y se sienten amenazados en su presencia, todo esto azuzado por los sucesos violentos que se han vivido en los últimos años.

La tesis del mencionado libro de Amin Maalouf puede resumir este post. Si no somos capaces de vernos a cada uno de nosotros como la suma de nuestras múltiples pertenencias culturales, si no entendemos nuestras identidades como lo que son: algo complejo e interrelacionado no solo con nuestros vecinos sino también con todos nuestros contemporáneos, si no somos capaces de entender que la cultura y las identidades no son un foto fija sino una realidad que muta constantemente, si no conseguimos ver la distancia entre lo que somos y lo que creemos ser, nos estaremos limitando a identificarnos como miembros de una tribu, y seguiremos deshumanizando y temiendo al diferente.

Mientras tanto, el mundo cambia y las culturas lo hacen a su par.  Preservar lo bonito y valioso de cada cultura, aquello que nos explica como pueblo, es una lucha que merece la pena, pero que nadie cuente conmigo para intentar hacerlo a costa de violar el derecho de movilidad de terceras personas ni para enfrentarse al vecino. Y menos cuando el verdadero motivo ser la intolerancia y la creencia de ser superior al otro.