Escucho
constantemente aullidos vaticinando que la inmigración destrozará
la identidad europea y será nuestra tumba. Son afirmaciones
especialmente lamentables cuando hablamos de gente que llega aquí
huyendo de la miseria, el hambre y/o la violencia, es un gigantesco
fracaso moral. Quiero pensar que los agoreros europeístas que
defienden esta tesis no tienen en la cabeza los aspectos genéticos
cuando hablan de preservar la identidad europea. Es decir, que no
están temiendo que de tanto follarnos los unos a los otros sin
ningún criterio cromático acabemos todos de color marrón claro.
Quién
sabe, pero como el racismo genético está socialmente desacreditado,
ahora se fomenta el racismo cultural para poder mantener el mismo
discurso: Los occidentales somos superiores. No debemos dejar
instalarse aquí a los bárbaros de los países del sur o destruirán
Europa. Todo parece girar en torno al cómo somos nosotros,
cómo son ellos y cómo serán las siguientes generaciones si
“les dejamos” seguir viniendo.
Lo
cierto es que en la Europa del siglo XXI, como en el resto del mundo
globalizado, la gente se nutre de la cultura que este mundo genera,
especialmente la producida en los EEUU. Es decir, que mientras
algunos se alertan de que a nuestros países llegue gente “diferente”
ya se visten de acuerdo a modas originadas en otros países,
disfrutan del cine y las series made in Hollywod, de la música
británica y estadounidense, introducen cada vez más anglicismos en
su vocabulario, aprenden inglés a la par que ignoran agonizantes
lenguas locales, comen en formato fast food al cual se adapta
la cocina china, tailandesa, turca o propiamente norteamericana, se
forman opinión siguiendo medios de información que defienden
intereses ajenos, aceptan la asimilación del modelo de condiciones
laborales de EEUU y a la vez importan el sueño americano con la
lógica crematística del enriquecimiento, el lujo y la fama
(triunfar, le llaman) por encima de todo, disfrutan con la NBA y la
Premier League, regalan y reciben regalos el 25 de Diciembre (Santa
Claus-Coca Cola) y van dejando de lado el 6 de Enero (Reyes Magos),
se pasan las horas navegando por internet, jugando a juegos online
contra jugadores de Corea del Sur o utilizando las redes sociales
para hablar con gente que vive a miles de kilómetros o con el vecino
de al lado, y hasta cuando hacen sus propias creaciones artísticas
imitan a los raperos californianos, a los directores de cine de
acción norteamericanos o basan sus recetas en platos “exóticos”.
Estos
son a grandes rasgos los europeos de mi generación, muchos muy
preocupados al parecer porque perdamos nuestra identidad. Y ya ni
hablamos de la cacareada religión, pues al parecer la presencia de
extranjeros musulmanes les hace reivindicar el cristianismo como eje
de la cultura europea. Será que de repente vivimos de acuerdo a los
10 mandamientos y yo sin enterarme. El ejemplo de siempre: ¿alguien
de mi generación espera al matrimonio para tener relaciones
sexuales? ¿quién evita tener pensamientos “impuros”?
Ahora compartiré unos comentarios en twitter sobre la importancia de preservar nuestra identidad europea.... |
Si
cada vez se asimila más la cultura del individualismo, el consumismo
y la precariedad material mientras perseguimos el sueño americano
¿Cuál es esa supuesta esencia europea que debemos proteger?
Yo
entiendo que cuando el neorracismo europeo habla de “cultura
europea” se refiere a nuestros sistemas políticos, a una
institución social implantada en la revolución industrial como es
la ya universalizada familia nuclear, al cristianismo, a nuestras
lenguas y a diferentes folclores tradicionales como puede ser la por
fortuna agonizante tauromaquia. Ellos entienden que esto son
realidades vivas y que deben mantenerse inmutables por los siglos de
los siglos.
Pero,
¿Qué queda de eso y cuál es la influencia de la inmigración?
El
deterioro de nuestras democracias
y la progresiva pérdida de soberanía de los estados-nación no es
consecuencia de la presencia de personas inmigradas dentro de
nuestras fronteras sino de la acción globalizadora por la cual las
financieras y las grandes corporaciones transnacionales se convierten
en los amos y señores del mundo, aliándose con los estados más
poderosos doblegando a los más débiles. Los europeos nos las
arreglamos para destruirnos unos a otros, no nos hace falta ayuda.
Tampoco creo que la familia nuclear (otro tótem del
conservadurismo) “peligre” por culpa de sociedades donde ese
concepto familiar es aún más fuerte, como la marroquí, pues somos
los propios europeos los que cada vez más ponemos en cuestión que
nos tengamos que agrupar en matrimonios hombre-mujer donde la mujer
cría los hijos mientras el hombre provee para el hogar vendiendo su
fuerza de trabajo. ¿La inmigración amenaza al cristianismo?
No... es la ilustración que lo hizo y sigue haciendo. Ahora el dios
de nuestra sociedad es El Mercado, a quien debemos lealtad y
ofrecimiento perpetuo de más y más sacrificios para que sea justo
con nosotros, pobres mortales proletarios. Cada 4 años votamos
nuevos sacerdotes y ellos se encargan de mediar entre nosotros y
nuestro señor El Mercado. Entiendo que a pesar de nuestro desinterés
religioso muchos europeos seamos culturalmente cristianos, desde
nuestro calendario a nuestras celebraciones tradicionales, pero...
¿Realmente creemos que se dejará de celebrar la navidad acaso por
consecuencia de la inmigración? Sobre las lenguas europeas...
es el inglés el que gana terreno, no el wolof ni la dariya marroquí.
Muchas lenguas sin el estatuto de oficialidad (o incluso teniéndolo)
se pierden por el propio desinterés de gobiernos y ciudadanía, no
por la inmigración.
Lo
cierto es que no prestamos mucha atención a como la
globalización-norteamericanización nos seduce y transforma pues
consideramos que es símbolo de modernidad y progreso y desviamos
nuestras preocupaciones a como ciudadanos con la piel más oscura y
provenientes de países pobres de la periferia (que de acuerdo al
dogma eurocéntrico es sinónimo de barbarismo) dejan sus países y
se instalan en los barrios humildes de nuestras ciudades en su
comprensible afán por vivir mejor.
Esto ha sucedido, sucede y seguirá sucediendo porque es parte de la naturaleza de una sistema de gestión y reparto desigual como es el capitalismo. Desde que el capitalismo global se
fundó (a grandes rasgos) con Europa poniendo el interés, los
medios, el capital y la saca, África aportando la mano de obra y
Latinoamérica los recursos a explotar, hemos visto como los
movimientos de población han ido creciendo hasta el boom de
movilidad del siglo XX, especialmente cuando las catastróficas
políticas neocoloniales de las potencias europeas en África,
condensadas en los crueles planes de ajuste estructural del FMI, BM y
OMC que destrozaron las economías del continente desde los años 60
supusieron una gran afluencia de migración al viejo continente donde
muchas familias africanas echaron raíces.
Son
ya varias generaciones de personas inmigradas desde África (y otras
partes del mundo) las que viven en la Europa contemporanea. ¿Cual ha
sido el resultado? ¿Los extranjeros que aquí se instalan nos
imponen su cultura y acabamos asimilando otras religiones, otros
idiomas? Pues no. Diferentes modelos de gestión de la diversidad
(asimilacionismo, multiculturalismo, melting pot...) han producido
efectos diferenciados, pero en lineas generales se puede afirmar que
mientras toda la sociedad cambia son los venidos de afuera los que han asimilado la cultura propia del
país de destino a través de las generaciones.
Transmisión/asimilación de herencias verticales y horizontales
Voy
a explicar este fenómeno en base a los conceptos que Amin Maalouf
acuñó bajo los nombres de herencia horizontal y herencia vertical.
En su imprescindible libro “identidades asesinas” nos explica
como todos somos producto de ambas herencias: La vertical representa
lo que heredamos de nuestra región, antepasados... aquí entra desde
el idioma a la religión. La horizontal la recibimos de nuestros
contemporáneos y es la que anteriormente he destacado al hablar de
los europeos actuales. Es tanto el hecho de adaptarse a la sociedad actual como puede ser aficionarse a un tipo concreto de música.
¡Que levante la mano el que quiera una Europa progresista libre de intolerancia y extremismo! |
La
herencia vertical suele ser mucho más susceptible de ser llevada al
campo identitario “Yo soy blanco” “Soy católico” “Soy
español, español, español” (al ritmo de Kalinka,
una canción rusa ¿podría ser más paradigmático?). Por su parte
la herencia horizontal tiende a ser menos percibida. Aunque él no lo
considere así, un informático tailandés de Bangkok tiene
posiblemente más en común con un informático madrileño que lo que
tendría que con sus conciudadanos de hace un par de generaciones,
pues ambos se han adaptado a vivir en la sociedad de la información,
una realidad global.
El
discurso neorracista sostiene -implícitamente- que la herencia
vertical que portan las personas inmigradas en Europa se impone a la
de la población autóctona, pero lo cierto es que lo grandes
procesos de aculturación en Europa no son resultado de la presencia
de personas migradas dentro de nuestras fronteras sino que resultan
de los propios mecanismos globalizadores en forma de industria del
entreteniendo, medios de información, nuevas
relaciones de producción, avance científico técnico y demás formas de modificar nuestras vidas
y opinión.
Compramos así el individualismo
y consumismo en auge desde hace muchas décadas en Estados Unidos que
hemos hecho propio, así como otros aspectos de su sociedad, molde
con el cual estamos construyendo las nuestras. También importamos
parte de su herencia vertical de los estadounidenses, destacando su
idioma, cada vez la segunda lengua de más gente y cada vez más
incrustado en las primeras lenguas en forma de anglicismos y
vocabulario vanguardista que no se traduce.
¿Y
qué pasa con los que aquí se instalan?
Pues
que año tras año y generación tras generación tienden a asimilar
parte de nuestra herencia vertical y perder la propia, al mismo
tiempo que son moldeados por la sinergia de herencias verticales como
también nos pasa a nosotros. Yendo a un ejemplo concreto, la mayoría
de chicos y chicas marroquíes que llegaron con sus familias cuando
eran niños o que han nacido aquí usan el castellano para hablar con
sus hermanos y amigos, en la mayor parte de los casos desconocen el
alfabeto árabe y solo pueden hacer uso oral de la lengua de sus
padres. Muchos aborrecen sus vacaciones en Marruecos, prefieren
quedarse y salir de fiesta hasta tarde con sus amigos. Se toman su
religión de una forma muy laxa o incluso la dejan de practicar.
Siguen las modas de vestir occidentales. La siguiente generación ni
siquiera aprende árabe y continua dejando atrás todo lo demás,
para disgusto de sus mayores. Podríamos poner el ejemplo de todos
esos famosos futbolistas franceses de origen argelino o senegalés,
que ni siquiera hablan el idioma de sus abuelos. Se debe destacar que su asimilación de la cultura global-occidental ya comienza en los países de origen, donde operan los mismos mecanismos globalizadores que aquí conocemos, siendo incluso más agresivos al usar a menudo las escuelas y la televisión idiomas extranjeros y ofrecer una formación eurocéntrica.
La
gente habla como si nuestro destino como europeos fuese llevar
chilaba y babuchas cuando son nuestros nuevos vecinos lo que ya en su
propio país preferían un chandal Adidas. Es una tendencia global
que apenas constituye excepción en aquellos que solo ven al rostro
del otro en la modernidad que les colonializa y dedicen aferrarse a
su conservadurismo más arcaico para no perder su identidad, lo cual
es un problema propio de una globalización que mas bien podríamos
llamar “norteamericanización”. Se producen entonces conflictos
identitarios, que tanto revuelo causan últimamente. Otros se
avergüenzan de su herencia vertical. En mi
experiencia tratando con personas inmigradas habitualmente detecto en
muchas personas llegadas aquí (especialmente desde África) cierta
reticencia a hablar de aquello que es propio de su tierra, como si
fuese ello un símbolo de subdesarrollo y
prefieren hablar del último Barça-Madrid, por poner un ejemplo.
Un gran triunfo de la colonización
epistemológica, que los propios habitantes
de la periferia se vean a sí mismos
desde una lupa eurocéntrica.
Mi
paciencia se acaba cuando los movimientos xenófobos europeos (que
paradójicamente se suelen declarar antieuropeistas) reivindican la
supuesta tolerancia europea frente a la supuesta intolerancia de los
recién llegados. De este modo, todas las conquistas sociales a las
que la mayoría de ellos se han opuesto como los derechos LGTBI o el
avance del feminismo son ahora armas que empuñan en su mano contra
sociedades más conservadoras, aunque ellos formen parte del
conservadurismo autóctono y tampoco compartan esos principios
progresistas de tolerancia. Estos seguidores de Donald Trump son un
gran ejemplo:
Lo
que estamos viendo aquí tiene mucho de repliegue identitario, de
europeos blancos que perciben a los vecinos del sur como bárbaros
incorregibles con los que tienen miedo de convivir y se sienten
amenazados en su presencia, todo esto azuzado por los sucesos
violentos que se han vivido en los últimos años.
La tesis del mencionado libro de Amin Maalouf puede resumir este post. Si no somos capaces de vernos a cada uno de nosotros como la suma de nuestras múltiples pertenencias culturales, si no entendemos nuestras identidades como lo que son: algo complejo e interrelacionado no solo con nuestros vecinos sino también con todos nuestros contemporáneos, si no somos capaces de entender que la cultura y las identidades no son un foto fija sino una realidad que muta constantemente, si no conseguimos ver la distancia entre lo que somos y lo que creemos ser, nos estaremos limitando a identificarnos como miembros de una tribu, y seguiremos deshumanizando y temiendo al diferente.
Mientras tanto, el mundo cambia y las culturas lo hacen a su par. Preservar lo bonito y valioso de cada cultura, aquello que nos explica como pueblo, es una lucha que merece la pena, pero que nadie cuente conmigo para intentar hacerlo a costa de violar el derecho de movilidad de terceras personas ni para enfrentarse al vecino. Y menos cuando el verdadero motivo ser la intolerancia y la creencia de ser superior al otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario