Concluía en mi
anterior entrada que éste es momento de tomar decisiones. Que el dilema Coca-Cola o Pepsi Cola se va quedando
atrás y que la polaridad que vemos en las calles se está comenzando a meter en
las instituciones. Los candidatos al asiento ya no son solo los mangantes de
rojo o los de azul + opciones marginales, se acercan opciones de cambio reales.
Entiendo que es muy impopular decir lo que tengo que decir, pero empiezo a estar cansado de brillantes soluciones teóricas que luego no hay quien las aplique, porque son todo retórica. Hay que estar en todos los frentes: la calle, el supermercado, las asociaciones… y también… las urnas. Votes o no votes, las urnas estarán ahí, decidiendo quien hace política, la política que dibuja el marco donde se desarrolla tu vida.
Se ha impuesto la
idea idílica de que no votar es lo mejor que se puede hacer, porque el sistema
está corrupto y al votar “legitimas” toda esa patraña. Lo primero que se me
pasa por la cabeza es ¿qué significa legitimar esto o lo otro? ¿Qué diferencia
práctica hay entre hacerlo o no? Porque a mí me suena a algún tipo de idea metafísica cutre que te asegura el
estatus divino de “tío auténtico”; el que no pasa por el aro, el que no se
mancha las manos, el que hace lo correcto mientras los demás meten en el
parlamento a mangantes. Suena atractivo, pero no lo compro.
En la sociedad de los problemas colectivos y las salvaciones individuales perdemos la perspectiva de cómo nuestra acción o inacción influye sobre el grupo y nos quedamos con cómo nos afecta a cada uno de nosotros. Es decir, despreciamos la idea de que 1 entre 40 millones pueda hacer algo con un voto, pero nos aferramos a esa erótica idea de ser el ciudadano que no pasa por el aro, mirando el espectáculo de los votantes desde la barrera, satisfecho de “no participar”. Cosas del posmodernismo, individualismo exacerbado.
Pues tengo malas
noticias para ustedes, señores de limpias manos. No existe un “fuera del sistema”. La abstención es política y
supone igualmente participar. De hecho, el sistema está diseñado para que la
abstención beneficie a los partidos oligárquicos, de electorado altamente
acrítico, construyendo mayorías para ellos. Algunos grupos defienden el
concepto de “abstención activa” como estrategia para tumbar el sistema,
defendiendo que si la abstención supera el 60%, “esto se cae”. Es una
posibilidad. Pero solo eso, una posibilidad. Que deja cantidad de incógnitas,
pues podría pasar de todo.
De momento, los sectores críticos que optan por no tomar partido, lo que han conseguido es que los acríticos se impongan masivamente y los mayores mediocres del país sean los que nos gobiernan. Los críticos que solemos optar por las urnas, pocos, estamos ocupados peleándonos unos con otros y solo conseguimos una atomización del voto que también genera mayorías… de los peces gordos.
Lo que queda claro es que negarse a hacer política supone
permitir que otros la hagan por ti. No porque te
parezca bien, sino porque las cosas funcionan de esa manera. Comprendo que es
incómodo que te acuse con el dedo, Don “no participo”, pero lo cierto es que
estás participando. De hecho uno de los dos partidos mayoritarios reconoció
abiertamente que desmotivar al electorado de otros partidos es su principal
estrategia electoral...
En el siempre casposo estado español hablar de soluciones es una auténtica utopía, pero al menos podemos hablar de caminos hacia ellas. Es una gilipollez votar a un golfo o a un partido con un programa que no te gusta. Si no hay candidatos decentes, no se vota, y punto. Pero también es una gilipollez decir que es imposible que se puedan cambiar cosas en las urnas, cuando estamos viendo a dirigentes latinoamericanos poner patas arriba a sus oligarquías locales.
Claro que aquí
estamos más pendientes de si un bocachancla dice que el fallecido presidente se
le apareció en forma de pajarito, que nos olvidamos de que el mismo bocachancla
ha construido 375.000 viviendas
sociales en dos años, y anuncia más.
Si países tan
corruptos como Venezuela, Uruguay, Ecuador, o Nicaragua han encontrado mejores
gobiernos… me pregunto por qué se dice que nosotros somos incapaces de hacerlo.
Haciendo de
abogado del diablo, es cierto que la atomización de la clase trabajadora (no
os perdáis este artículo) está mucho más presente en nuestro país y resto
de Europa de lo que lo está en América Latina, donde hoy día sí existe la
conciencia de clase. Aquí nos los autónomos se creen emprendedores, los
trabajadores se creen “clase media”, y cualquier comemierda se puede sentir el
rey Salomón gracias al poder de ingeniería social del lenguaje y la dulce apariencia
de los sistemas de producción postfordistas.
Hay un mal
endémico en este país, por no decir en este mundo, y es que el golfo quiere
trepar, y el honesto solo quiere dedicarse a lo que le gusta y vivir en paz: Renuncia al poder, dejando que el golfo lo
conquiste. El ciudadano con complejo servil es acrítico y se la suda todo
mientras gane su golfo, (ejemplo, Valencia). El ciudadano crítico gusta de
cazar brujas y vestir a cualquier candidato de golfo. Confundimos “criticar”
con la “actitud crítica”.
Lo que se deriva
de este escenario es que la mayoría de las personas que se meten en política
son golfos. Y la minoría, los que tienen una verdadera vocación social, se
encuentran un camino de piedras y zancadillas, porque sus potenciales votantes
les mirarán con lupa y llegarán incluso a difamarles con tal de que la ecuación
dé el resultado que buscaban, que todos
son lo mismo, y que yo quedo de puta madre si no voy a las urnas y digo “yo
no paso por el aro”. Porque analizar todas las posibilidades es cansino, y te
arriesgas a “equivocarte”, a perder ese estatus divino de bienhechor, a dejar
de poder mirar a los demás por encima del hombro, porque ellos participan en la
farsa, y tú no.
Los golfos te dan
las gracias.
PD: ¿Alguien me puede decir cuando se ha producido un cambio político positivo gracias al desentendimiento de sus ciudadanos de la lucha por el poder? ¿Se ha producido alguno desde la fragmentación del voto en 40 partidos que tienen programas casi iguales pero egos demasiado grandes para trabajar juntos? Porque a mí lo que me viene a la cabeza es por ejemplo ver al infame Le Pen pasar la primera vuelta de las elecciones francesas en 2002. (Si si, esto es un “que viene el lobo” en toda regla, pero que alguien me lo contraargumente).
Me encanta tu artículo, no pienso regalar mi voto a ningún partido por no hacerlo efectivo, espero ser de la minoría crítica pero sin pasarme, el hombre perfecto no existe y el político perfecto tampoco (hombre y político como género neutro claro)
ResponderEliminarExcelente, la inacción cómo acción interesada para la castuza.
ResponderEliminarNo estaría de más que releyeras a Joaquín Costa quien hace ya cien años nos avisó que el verdadero poder no reside en un parlamento ni nace de las urnas. Tras 35 años de patraña parlamentarista deberías haberte dado cuenta de ello. Tu lo has dicho, cuando no gobiernas te gobiernan desde afuera.
ResponderEliminarSaludos.
Hola Alberto,
EliminarCreo que has entendido el artículo de una forma diferente a la que yo pretendía al escribirlo.
Yo no creo que el "verdadero poder" sea el llamado poder político, al menos en un régimen representativo. Pero si creo que es un poder a tener muy en cuenta, y que si tiene un fuerte apoyo popular y una verdadera voluntad transformadora, puede cambiar cosas. Con sus más y sus menos, latinoamérica está demostrando que se puede cambiar el rumbo de un país si el pueblo respalda las urnas.
Pero para eso antes hay que votar. No es la solución mágica, pero es uno de los frentes abiertos, y yo considero que hay que estar en todos.
Saludos.